lunes, 10 de noviembre de 2008

La edad del robo

Volvían de alcanzar a Verónica a la casa de su novio. Era un precioso sábado a la noche de diciembre, apenas dos semanas antes de Navidad. El calor ya se apoderaba de la ciudad y el clima cálido sugería la pronta llegada de las ansiadas vacaciones y el merecido descanso.
En ese clima lleno de alegría y expectativas, la joven pareja retornaba a casa.
No entró la camioneta en el garage, ¿para qué? Si luego saldrían. Entonces, la estacionó en la calle enfrente de la casa. Antes de bajar, esperaron que los autos pasen, que desde su visión no eran más que unas líneas de luces constantes que no cesaban de transcurrir.
Y pasaban. Y esperaban. Ella abrió una puerta y se encontró con una de esas luces. Y con voces inentendibles. “Corré”, le dijo el novio. “¿Qué?” Ella no entendió. “Vení para acá, rápido”. Una de esas luminosidades brillantes se detuvo. No era sólo una luz. Leves gritos. Se sintió el ruido de un vehículo que se detuvo. Era una moto.
Él la alcanzó y corrieron. No eran las doce, ni ella era Cenicienta, pero se rompió su zapato. No entendió nada y no llegó a sostenerse. Cayó de lleno al piso. Sus rodillas sangraron, su frente, su nariz, sus codos, su pera, no siente el dolor. Él no se da cuenta que ella cayó. Le dice que se apure. Ya es tarde.
“Son chorros”, le dijo. Pero apareció sólo uno. No dijo nada. Los miró.
“¿Se la van a llevar a ella?” “¿Nos van a secuestrar?” “¿Quieren la camioneta?” “¿Quieren plata?” “¿Quieren entrar a la casa?”
Sostenía un arma tan grande que la debía agarrar con sus dos manos. Pero no les apuntaba, ésta se dirigía hacia el costado. Él pensó que le dispararía en el estómago, muy valiente se colocó delante de su novia y la protegió todo el tiempo.
Entonces él le preguntó: “¿que querés?”. “Todo lo que tengas, dale pibe”. Le entregó la billetera y las llaves de la camioneta.
Agarró todo y tiró las llaves. Las pateó, mejor dicho. Corrió y se subió a la moto enorme en la que su compañero lo esperaba.
El papá de él salió, preocupado, porque vio la camioneta estacionada y ninguno de ellos estaba. “Están muertos y quedaron tirados adentro”, pensaba. Cuando salió se encontró con uno de los ladrones que lo miró fijo y le preguntó: “¿acá vive el pibe?” Pensó lo peor.
Mientras tanto, los chicos corrían hacia la esquina, porque intentaban demostrar a los malhechores que allí no vivían, que se olviden de ellos, que no los vuelvan a atacar. Pero vio a su papá.
Se acercaron a la casa de nuevo. Estaban aún muy asustados. Se encontraron con la familia, trataron de tranquilizarlos. Justo pasó un patrullero, llamaron a los policías, éstos se acercaron y les comentaron que estaban buscando justo a “estos dos tipos: pelo largo y lacio, jovencito, casi adolescente delgado, tez blanca. Sí, son los mismos que esta noche ya hicieron más de 10 robos”. “¿Y qué hacen acá con nosotros, síganlos, se fueron para allá?” “Sí, si, claro.”
En la zona sur del Conurbano circula el mito de que los carteles de San Expedito son códigos que los policías y delincuentes comparte para compartir información sobre que zona está “liberada,” es decir, sin control policial y posible de ser asaltada a gusto y piacere.
Cada vez más, los vecinos notan este tipo de señalizaciones. Porque no es sólo el robo a mano armada, el hurto en la calle o la amenaza latente, es la sensación de estar vulnerados en lo más íntimo, esa percepción de ser tan pequeños frente a otros.
Es ese sentir de impotencia, incapacidad, falta de oportunidad de decisión. No somos dueños de nuestro propio destino, de la existencia que nos tocó, de la vida que transcurre. Porque precisamente todo puede concluir en un instante.
En este juego de idas y venidas, los funcionarios procuran atribuir responsabilidades entre las figuras de la policía. Tras una ola de hechos delictivos, muchos de ellos derivaron en asesinatos, el Ministro de Seguridad Bonaerense, Carlos Stornelli, dispuso el relevo del titular de la Jefatura Departamental Conurbano Norte y en su reemplazo designó a un alto jefe de investigaciones, Omar Nasrala.
Uno de esos hechos de violencia que movilizó a la población fue el asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea, cometido el 21 de octubre pasado en su chalet de la localidad de Acassuso donde también resultó herido uno de sus hijos. Por ese caso hay tres adolescentes detenidos. Ese mismo día, se produjeron otros dos violentos robos casi a la misma hora y a pocas cuadras de distancia de la casa del ingeniero.
La creciente ola delictiva registrada en la zona Norte del conurbano el mes pasado provocó que cientos de vecinos se concentraran el domingo 26 de octubre frente a la municipalidad de San Isidro en reclamo de seguridad. Igualmente el en la noche del jueves pasado, 30 de octubre, fue asesinado de un balazo en el Tigre el farmacéutico Raúl Alberto Lugones, de 36 años, durante un asalto.
Por otra parte, la provincia de Buenos Aires comenzó a estructurar redes de educación y capacitación con empresas y grupos sociales para la inclusión de 400 mil adolescentes y jóvenes, según anunció la semana pasada el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo.
De este modo, el gobierno de la provincia busca que los adolescentes y jóvenes excluidos del sistema estudiantil y laboral y que son propensos a terminar en la delincuencia, en una franja de 14 a 25 años, sean absorbidos en planes de capacitación que tengan al mismo tiempo salidas laborales previstas.Falta de inclusión en el mercado laboral, carencia de oportunidades, problemas educativos, adicciones son parte de una lista inmensa e interminable que amenaza todos los días a una porción importante de población. Entre esta maraña de causalidades e implicancias, la inacción conduce al descreimiento y, como un virus, la muerte y violencia se siguen esparciendo.

Guadalupe Piñeiro y Mariana Marcaletti

jueves, 6 de noviembre de 2008

A la deriva

El 26 de octubre pasado, cinco días después del asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea en su casa de San Isidro -supuestamente perpetrado por un menor de edad-, dos grupos de jóvenes se enfrentaron a balazos en el interior de la villa La Cava. Un adolescente de 15 años de edad quedó detenido. Por otro lado, su hermano de 21 terminó internado en el Hospital de San Isidro con un balazo en el tórax, mientras la Gendarmería y la policía bonaerense seguían discutiendo qué fuerza debía brindar seguridad en la zona. El hecho no tuvo repercusión mediática.
A las 20.15 del último domingo del mes, una serie de disparos sacudió a la villa. Provenían del pasaje de la calle Juan Clark, en el interior del asentamiento. Cuando los policías que vigilan la zona llegaron al lugar del hecho, vieron a dos grupos enfrentados, uno de dos jóvenes, y otro de tres, de entre 15 y 21 años, intercambiándose disparos con armas de fuego de corto calibre.
Cuando los adolescentes se percataron de la presencia policial, se dispersaron y corrieron en diferentes direcciones. El grupo de los tres muchachos fue el que llevó la peor parte: uno de ellos, Cristian –de 21 años- que vestía una remera celeste, bermudas de jean, zapatillas negras Nike y una visera azul, cayó al piso con una lesión en el tórax. Su hermano, de 15, vestía una remera manga larga verde oliva, bermuda beige, zapatillas blancas y gorrita naranja. Intentó escapar, pero fue alcanzado por Los oficilles.
Según el informe policial, al jovencito le incautaron un revolver plateado calibre 22 LR, de doble acción, con siete cartuchos. Debido a eso, deberá pasar varios días recluido en el Centro de Recepción de Menores Pablo Nogués.
Con tan solo 15 años, este muchacho delgado y de pelo corto, el menor de cinco hermanos, tuvo que vérselas con los uniformados por segunda vez en su vida.
Según pudo saber este cronista, no concurre al colegio y trabaja ocasionalmente con su padre, en albañilería. Como todo muchacho de la villa, tiene un fácil acceso a las drogas.
Su escolaridad se interrumpió a principios de año, cuando quedó libre. Ya había repetido octavo año. Y no solo abandonó el colegio, sino que también dejó el fútbol por las armas: desde pequeño jugaba al en el club Chacharita pero abandonó la actividad hace tres meses.
Claramente, es un joven desamparado que encontró en el delito lo que no pudieron darle otras instituciones. Según el examen psicológico que le hicieron en la comisaría: “Su nivel intelectual impresiona dentro del término de su edad y medio de estimulación.”
Qué le deparará la vida a este muchachito al salir del Pablo Nogués es una incógnita. Por lo pronto, lo que le dio el Estado lo llevó a la cárcel.
La Cava es un gigantesco pozo en el medio del Partido de San Isidro donde viven, según el registro oficial, entre 8 mil y 10 mil personas. Ocupa 24 manzanas y un paredón la separa de las mansiones del barrio. Esta dividida en 8 zonas y esta “gobernada” por la familia paraguaya de los Silva. El primer destacamento policial se instaló en 1999.
En este asentamiento, que podría ser considerado una localidad más del Partido, hay muchos de estos jóvenes cuyo porvenir es cada vez más oscuro. Sobre todo si para terminar con la inseguridad el gobernador de la provincia, Daniel Scioli, y el intendente del Partido donde esta radicada la villa, Gustavo Posse, consideran imprescindible bajar la edad de imputabilidad a los 14 años. Como si la solución a su exclusión del sistema sea borrarlos definitivamente del mapa.
Lo cierto es que allí están. Con apenas 15 años y armados.

La marcha sin el (ex) ingeniero

Se viene una marcha contra la inseguridad en la Quinta de Olivos. Más de sesenta organizaciones vecinales contra el delito están convocando vía mail a manifestarse frente a la residencia presidencial el domingo 9 a las 19 horas, con globos y pañuelos negros en señal de luto. Por diferencias de criterio, Blumberg organizará una movilización paralela en Plaza de Mayo a la misma hora, pero del jueves.
La ONG Mejor Seguridad y Vecinos en Alerta de Lomas del Mirador convocan a la primera manifestación. Esta es una fundación presidida por Constanza Guglielmi, hermana de una víctima de la inseguridad y ex candidata a diputada por el PRO en la provincia de Buenos Aires. Otras organizaciones, como el Foro de Ciudad Madero y Participación Ciudadana de Lanús también impulsar a ir. Por otro lado, asistirán las Madres del Dolor y fue invitado Juan Carr. Si bien no esta confirmada su presencia, desde su entorno creen que asistirá, ya que es vecino de Olivos. En total, hay más de sesenta agrupaciones vecinales que adhieren a la movilización.
Los manifestantes llevarán un petitorio a la quinta. Exigen que el Gobierno tenga un plan de inseguridad, ya que consideran que, hasta el momento, “solo hubo parches”. El petitorio incluye medidas a corto, mediano y largo plazo. Se reclama más presencia policial en lo inmediato y que se limiten las excarcelaciones. Entre los quince puntos del pedido, hay uno que solicita se declare la emergencia nacional para resolver lo que es “un problema social”, según afirmaron desde Vecinos en Alerta. Esta medida incluye información veraz sobre el mapa del delito, como también aumentar las penas para crímenes aberrantes y ayuda social para las familias de los presos.
La manifestación recibió el apoyo los opositores al oficialismo. Margarita Stolbizer ya acercó su adhesión, al igual que el PRO y el justicialismo disidente. Pero los organizadores no quieren “politizar” la marcha. Guglielmi afirmó que “hay que romper con el mito de que la inseguridad es de derecha”. Diferencias política son las ocasionaron que Blumberg marchara por su cuenta el próximo jueves 13. “Él está haciendo campaña”, dicen quienes irán el domingo.
Tomar medidas que requieren un costo político. Eso reclaman. Están en contra de bajar la edad de imputabilidad de los menores. Piden que la Policía entre en las villas de emergencia, donde “se esconden los ladrones. Sabemos que por eso hay un costo político, ya que las villas están manejadas por punteros políticos”. Si bien no generalizan, en Vecinos en Alerta afirman que los barrios precarios funcionan como aguantaderos de ladrones. Respecto de los menores, afirman que no pueden estar en la cárcel. Mencionan que hay una franja, entre los 14 y los 23, que anda “vagando”. Por eso, piden que se les brinde una enseñanza con “oficio y valores, como la educación que se perdió desde el ’83, si bien defendemos la democracia”.
La marcha arranca a las 19 horas. Quienes vayan darán una vuelta por la Quinta y luego lanzarán globos negros al aire que se esparcirán por todos lados, “tal como hacen los delincuentes”, dicen.

En la búsqueda

Sofía Herrera sigue sin aparecer. Ya van 39 días. Aumenta el conteo y también la desesperación. Edgar Fabián Herrera y María Elena Delgado, padres de Sofía, y el defensor de niños de Tierra del Fuego, Guillermo Gowland, quieren que se analicen fotos satelitales del día en que desapareció la pequeña. A su vez, se espera que un grupo de policías federales especializados en secuestros de menores de edad se sumen a la pesquisa, según dijeron fuentes locales.
Gowland, quien representa como querellante a la familia, reveló a DyN que una argentina que reside en Estados Unidos le ofreció gestionar con empresas estadounidenses la obtención de fotografías satelitales del 28 de septiembre sobre Río Grande, en busca de mayores pistas sobre el posible secuestro de la niña. En tanto que el intento por conseguir esas fotos por parte del juez de la causa, Eduardo López, había fracasado. Gowland relató que “la mujer se enteró del caso y, como tantas personas, se sintió conmocionada”. Pensó que las fotos podrían ayudar y se contactó con la Defensa de los Niños, Niñas y Adolescentes. En este momento se aguarda por la respuesta de las empresas estadounidenses para ver si cuentan con esas imágenes. La organización Missing Children de Argentina suma esfuerzos a la búsqueda. La foto de Sofía Herrera, como la de otros 138 niños perdidos, inunda el país. Según las estadísticas que maneja la organización, desde enero del 2000 se perdieron un total de 3526 chicos. Por otra parte, el porcentaje de chicos encontrados llega al 93% (3280 casos), aunque 54 de ellos no fueron hallados con vida. De los restantes, el 3% son casos que se cerraron por diversas causas, y el 4% final pertenece a los que aun se están buscando.
DyN

jueves, 23 de octubre de 2008

San Isidro por dentro

El martes 21 de octubre, el ingeniero Ricardo Barrenechea estaba durmiendo en su casa de Acassuso, en el partido de San Isidro, cuando tres delincuentes ingresaron a la vivienda ubicada en Perú al 700, a escasos metros de la avenida Del Libertador, a las 6.30 de la mañana. Tras entregarles a los ladrones lo que le exigían, los delincuentes quisieron más y lo amenazaron con llevarse a una de sus tres hijas. Esto alteró al ingeniero – que ya había perdido a una niña por una enfermedad terminal- y lo hizo reaccionar de la peor manera: junto a su hijo Tomás de 17 años se abalanzaron contra los dos ladrones. Ricardo recibió cinco tiros que lo desplomaron en la escalera de su casa, donde falleció, delante de toda su familia. Tomás tuvo mejor suerte, recibió un balazo en el hombro y si bien al cierre de esta edición continuaba internado en el sanatorio La Trinidad, esta fuera de peligro. Eso sí, no pudo estar en el entierro de su padre en el cementerio Jardín de Paz, en Pilar.
El hecho se enmarca en una seguidilla de seis robos que se sucedieron en la mañana de ese martes en el partido del norte del conurbano bonaerense. Ante esa circunstancia, el intendente de San Isidro Gustavo Posee acusó que la retirada de la Gendarmería de la villa La Cava – ordenada por el ministro de Justicia Aníbal Fernández- es una de las causas fundamentales del aumento de la delincuencia en su partido. El último puesto de la fuerza de seguridad en la villa se estaba levantando el mismo día que acontecieron los crímenes.
Según fuentes del ministerio del Interior, la disputa por la presencia de la Gendarmería en La Cava tiene como trasfondo una fuerte interna entre el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Stornelli, y Fernández que no tienen buenas relaciones hace tiempo. Incluso, paradojas de la política, la secuencia se dio cuando el gobernador Daniel Scioli tenía planeado ir a Colombia a hablar sobre inseguridad. Finalmente habló sobre el tema pero frente a las cámaras de televisión y sin su ministro de Seguridad.
Lo cierto es que tras una serie de operativos fallidos en La Cava, los investigadores detuvieron a tres personas que serían integrantes de la banda en villa puerta de Hierro, en Ciudad Evita, partido de La Matanza, bastante lejos de San Isidro. Allí se secuestraron varias armas y municiones, entre ellas, una pistola semejante a la que se utilizó en el asesinato del ingeniero. Y los investigadores ya tienen identificados por identikit a dos personas, una menor, que serían los autores materiales del crimen. Uno de ellos ya había sido detenido en la zona norte por tres robos y podría ser uno de los protagonistas de la crónica “Pibes chorros”, que se publicó en la primera edición de este blog, hace un mes.
Lo malechores habrían ingresado a la casa de los Barrenechea con una tarjeta de plástico, forzando el pestillo de la puerta.
De esta manera, el barrio que tiene sus casas rodeadas de garitas, autos de agencias de seguridad privadas que circulan la zona constantemente y hasta viviendas con rejas electrificadas –aunque esten prohibidas por ley- entró en un estadio superior de psicosis. Por ese motivo, el Concejo Deliberante decretó el estado de emergencia y su intendente propuso una vez más bajar la edad de imputabilidad de los delincuentes a 14 años– hasta escribió una columna en el diario La Nación argumentando las razones- como si esa fuera la solución de todos los problemas. ¿Y si los delincuentes eran mayores, cuál habría sido la salida propuesta por el intendente y el gobernador de la provincia, que se sumó al pedido?
Lo cierto es que la Gendarmería volvió a La Cava, asilando a la villa de todo el barrio que lo rodea. La división social se profundiza por la falta de medidas políticas y sociales. Basta escuchar los reclamos de los vecinos san isidrenses que reclamaron “muerte por muerte” en la puerta de la municipalidad.
Un dato no menor es que con la Gendarmería en La Cava igual se producían muchos crímenes en el Partido. De hecho, hay una persona que vivía en La Cava desaparecida hace más de un año, que la justicia presume que fue asesinada pero nunca pudo establecer qué paso. Casualmente el caso avanzó mientras el Juzgado Criminal y Correccional Federal Número 4 de la capital federal tuvo el caso en su poder. Cuando llegó a San Isidro todo se estancó. En esa misma investigación se determinó que una cocina de drogas funcionaba en una esquina de la villa liderada por la familia Silva, en las narices de las fuerzas de seguridad.
Así está el barrio, convulsoinado. No es para menos, la muerte se pasea por sus calles.

Una noche para olvidar

Relato de una salida de amigos

Música, tragos, amontonamiento de gente y desborde parecen ser características típicas de una noche de sábado para cualquier adolescente. La usual salida con amigos, la reunión ruidosa y el alcohol se vuelven ingredientes indispensables del ritual juvenil que inunda los fines de semana.
Todo parece festejo. Gonzalo generalmente se junta con su grupo de amigos en la casa de Patricio, que queda cerca de los pubs, bares y boliches bailables de Lanús centro, al sur del conurbano bonaerense. Antes de la reunión, los muchachos van todos juntos al mercado mayorista y compran todo tipo de bebidas alcohólicas, inimaginables para un abstemio e impresionables incluso para un bebedor ducho. Las cajas de cerveza se amontonan en el chango, así como las botellas de Gancia, whisky, vodka y esencias de frutilla para deleitar a los paladares que prefieren sabores más dulces.
El clima de risas y festejo constante es la regla. Los chistes se suceden unos a otros y para una espectadora testigo de charlas ajenas los temas parecen banales pero dotados de la perspicaz singularidad de lo anecdótico y divertido. También me río con ellos de sus bromas, son compinches de códigos secretos, y otros no tanto, que consolidan una festividad incansable.
Por supuesto, llega un momento en que el observador externo se cansa cuando los púberes simulan ser infatigables. Por suerte llegó la madrugada y deben irse.
El destino es un bar llamado “Space” sobre la Avenida Hipólito Irigoyen que está enfrente de un boliche llamado “La zona” y a la vuelta de la legendaria discoteca “La Casona”, que fue cerrada hace dos años luego de que los amigos de un chico asesinado a golpes por un patovica incendiaran el local.
Se sientan todos en una mesa y es inevitable que la dispersión llegue en cierto momento de la noche. Gonzalo observa detenidamente a una chica que le sonríe. Sin pensarlo, se acerca a ella y se disponen a charlar. El coqueteo no se hace esperar. Ella le pregunta qué hace de su vida, él le cuenta que todavía no terminó el secundario y que está trabajando en un taller metalúrgico del padre de un amigo suyo. Ella está cursando el último año del secundario. Carolina bromea con él por su apariencia: “¿cómo vas a venir vestido con esas zapatillas rotas a este lugar?”. “El bar tampoco es la gran maravilla del mundo, él le contesta”. “¿Y te peleaste con el cepillo?”, remata Gonzalo. Ella le explica que el suyo es un peinado muy de moda.
“¿Son esos tus amigos?”, le pregunta Carolina. “Sí… son unos barderos”. “¿Pero por qué no les decís que la corten, están gritando mucho?”, le aconseja Carolina. “Dejálos”, le responde Gonzalo.
De repente, escuchan que a uno de sus amigos lo están increpando. Sin dudarlo, Gonzalo se levanta de su silla y va a fijarse qué sucede. Por el momento, lo que se puede observar desde el lugar de Carolina son muchos gritos y la espalda de un hombre corpulento, tal vez por unos kilos de más o demasiados anabólicos. De la vereda del frente, un grupo de transeúntes se detienen para observar el espectáculo, un poco teñido de antiguo festival circense y de película de acción hollywoodense. Se rompen platos, nota la cocinera, que corre hacia el interior del local con miedo y ansias de que termine su turno. Le va a reventar la vena, le va a dar un infarto al grandulón, piensa la camarera que, mientras tanto, trata de cobrar las mesas que le faltan por si llega a caer la policía y se van sin pagar.
Todo sucedía en un instante y ese lapso breve de tiempo parecía como una eternidad para los testigos. Golpes. Bandejas que se caen. Llantos. Pese a que todos veían, el miedo paralizaba a la mayoría.
¿Por qué se estaban peleando? Es por una mujer, un trago, le quiso robar plata, lo insultó, estaban borrachos. Las versiones son tantas como la cantidad de participantes que compartían un trago en el lugar. En ese instante, plagado de temor e incertidumbre, Gonzalo alcanzó al grandulón y lo amenazó: “¿qué te pasa con mi amigo?” A lo que le contestó: “¿y vos que te metés pendejo de mierda?” Claro que, a buen entendedor, pocas palabras. Y no hay oídos más sordos que los que no quieren escuchar. Metió la mano en el bolsillo. Chistó a otro. Se rieron de un modo cómplice. El grandote estaba acompañado.
La primera reacción fue salir corriendo, ya no importaba ni Carolina, ni la cerveza, ni los chistes entre pares… las zapatillas no daban más, corrían pero las balas de goma sonaban ruidosas muy cerca suyo… estaban muertos de cansancio, todo pasó a un lugar secundario: el colegio, los proyectos, la vida, las salidas, los amoríos, las noches de parranda, las películas que vio y las que no podría ver… pensó en su familia, su perro, la casa de la infancia y los recreos del jardín de infantes, todo se juntó en un momento, y en un instante todo se quedó en la nada. Sintió que se moría.
Una bala de goma alcanzó su pierna, cayó tendido al suelo. “No pasó nada, sólo te rompiste el jean, le dicen, quedáte tranquilo, otro día te llevamos a Levis y te compramos otro pantalón”. Bromeaban con él, querían que se tranquilice mientras llegaba la ambulancia. Por supuesto, que los policías ya se habían ido y los patovicas, amigos de los policías, se habían marchado también.
Lo que sucede es que hay otros que no tienen tanta suerte. A otras personas, jóvenes cuya vida social consiste en salir a bailar, simplemente las asesinan a golpes. ¿Y quiénes son los asesinos? Aquellos que se suponen que los protegen, esos hombres portadores de uniformes, de armas, de palos y de mucha droga en el cuerpo. ¿Y quiénes son las víctimas? Adolescentes, de entre 14 y 18 años, que aparecen en esos sitios con el objetivo de pasar un buen rato. Los que tienen una fortuna mejor sufren una paliza más o menos intensa y pueden contar el cuento, como Gonzalo. Pero otros, se lo llevan a la tumba.

Sólo por citar tres antecedentes:

2008, Quilmes: Marcha por la justicia

Los familiares, amigos y vecinos de Emmanuel Vera, un joven de 18 años asesinado de un balazo en el estómago en junio pasado a la salida de un boliche de Quilmes Oeste, realizaron hace tres semanas una marcha de antorchas para reclamar Justicia.
El padre de la víctima, Juan Carlos Vera, dijo que la protesta de antorchas se realizó en el cruce de Chile y San Martín, frente a la estación Ezpeleta. “Nos concentramos para pedir por el esclarecimiento de la muerte de Emmanuel y sus amigos proyectaron un video sobre los últimos días de Emmanuel con vida”, agregó su padre. “Todavía no hay culpables al cumplirse cuatro meses de su muerte y nos convocamos a marchar también por la seguridad para nuestros jóvenes”, añadió.
El hecho ocurrió la madrugada del feriado del 16 de junio último a la salida de un boliche situado en Craviotto y Calchaquí de Quilmes Oeste. El joven había salido de allí con unos amigos y, por motivos que se investigan, discutió con otro grupo de muchachos. Esos jóvenes primero se insultaron con Emmanuel y sus amigos y luego le efectuaron disparos desde un auto Peugeot 206 gris. El joven Emmanuel recibió un impacto en el abdomen a raíz del cual murió. Emmanuel tenía 18 años, era técnico Electromecánico egresado de la Escuela Mosconi y estudiante de Ingeniería; a la vez trabajaba en una empresa metalúrgica en Avellaneda y ya había sido seleccionado para empezar a trabajar en Astillero Río Santiago.

2006: Joven muere en La Casona tras haber sido golpeado por un patovica

El domingo 3 de Diciembre de 2006 un joven de 20 años, Martín Castellucci, fue brutalmente golpeado por guardias de seguridad del boliche de Lanús “La Casona”, lo que causó su muerte. Uno de los patovicas fue liberado el sábado 9 ya que el juez consideró que faltaban pruebas en su contra. Ese mismo día, comenzó a circular un mail entre los jóvenes que regularmente asisten a esa disco para manifestarse en el boliche esa tarde de sábado. Una gran cantidad de gente se plegó a la movilización y, si bien en su mayoría eran jóvenes de un promedio de 15 años, también había adultos y niños que participaron de la protesta.
El boliche está ubicado en la zona céntrica de Lanús. Históricamente, los dueños del lugar se empeñaron en que cierta clase de chicos sean asiduos concurrentes del boliche mientras que se estigmatizaba a otros jóvenes y se los excluía, ya sea directamente (prohibiéndoles la entrada sin razón alguna) o implícitamente (haciéndoles pagar el doble del precio de la entrada o exigiéndoles determinada vestimenta). En la cola y en la entrada los “tarjeteros” realizaban un trato diferencial con algunos jóvenes, quiénes afirman que percibían la constante persecución, intimidación y acoso por parte de los patovicas y dueños del boliche.
La ira contenida de los adolescentes enfurecidos por el asesinato de Castelluci se volvió fuego la tarde de la protesta en la calle. Tiraron piedras, incendiaron el patio del boliche, rompieron estatuas y cantaron. Según sus testimonios, era moneda corriente el hecho de que en el boliche discriminaran por la apariencia y que cobraran la entrada de acuerdo al color de la piel, el aspecto y la vestimenta de los adolescentes. Como la gota que colmó el vaso de agua, hordas juveniles se abalanzaron sobre el predio y ejercieron lo que comúnmente se denomina justicia por mano propia, que en la creencia popular asume la forma de “el que las hace las paga”.


2004, Caballito: Multan a dueño de boliche por un joven que resultó herido en su local

El propietario de un local bailable de la ciudad autónoma de Buenos Aires y un empleado de seguridad fueron condenados hace dos semanas a pagar unos 70.000 pesos de indemnización a un joven por las lesiones que recibió cuando se hallaba en el boliche.

La sentencia la dictó la Cámara Nacional en lo Civil a raíz del hecho registrado el 9 de junio de 2002 en el local ubicado en avenida La Plata al 700, en barrio de Caballito. La Sala E del Tribunal sostuvo que el explotador comercial del boliche tiene la obligación de asegurarle a quienes concurren al mismo que saldrán del sitio “sanos y salvos.”
El joven fue golpeado por un patovica, condenado por este episodio a dos años de prisión en suspenso por un tribunal penal, lo que provocó que tuviera que someterse a una intervención quirúrgica y quedara con insuficiencia respiratoria nasal. El damnificado inició demanda por incapacidad sobreviviente, daño moral y gastos médicos debido a la fractura de sus huesos de la nariz.
Los camaristas Fernando Racimo, Juan Carlos Dupuis y Mario Calatayud evaluaron que el propietario del lugar no se exime de responsabilidad por el hecho de que el empleado de seguridad "se haya extralimitado en sus funciones".


Mariana Marcaletti - Brenda Lynch Wade