lunes, 10 de noviembre de 2008

La edad del robo

Volvían de alcanzar a Verónica a la casa de su novio. Era un precioso sábado a la noche de diciembre, apenas dos semanas antes de Navidad. El calor ya se apoderaba de la ciudad y el clima cálido sugería la pronta llegada de las ansiadas vacaciones y el merecido descanso.
En ese clima lleno de alegría y expectativas, la joven pareja retornaba a casa.
No entró la camioneta en el garage, ¿para qué? Si luego saldrían. Entonces, la estacionó en la calle enfrente de la casa. Antes de bajar, esperaron que los autos pasen, que desde su visión no eran más que unas líneas de luces constantes que no cesaban de transcurrir.
Y pasaban. Y esperaban. Ella abrió una puerta y se encontró con una de esas luces. Y con voces inentendibles. “Corré”, le dijo el novio. “¿Qué?” Ella no entendió. “Vení para acá, rápido”. Una de esas luminosidades brillantes se detuvo. No era sólo una luz. Leves gritos. Se sintió el ruido de un vehículo que se detuvo. Era una moto.
Él la alcanzó y corrieron. No eran las doce, ni ella era Cenicienta, pero se rompió su zapato. No entendió nada y no llegó a sostenerse. Cayó de lleno al piso. Sus rodillas sangraron, su frente, su nariz, sus codos, su pera, no siente el dolor. Él no se da cuenta que ella cayó. Le dice que se apure. Ya es tarde.
“Son chorros”, le dijo. Pero apareció sólo uno. No dijo nada. Los miró.
“¿Se la van a llevar a ella?” “¿Nos van a secuestrar?” “¿Quieren la camioneta?” “¿Quieren plata?” “¿Quieren entrar a la casa?”
Sostenía un arma tan grande que la debía agarrar con sus dos manos. Pero no les apuntaba, ésta se dirigía hacia el costado. Él pensó que le dispararía en el estómago, muy valiente se colocó delante de su novia y la protegió todo el tiempo.
Entonces él le preguntó: “¿que querés?”. “Todo lo que tengas, dale pibe”. Le entregó la billetera y las llaves de la camioneta.
Agarró todo y tiró las llaves. Las pateó, mejor dicho. Corrió y se subió a la moto enorme en la que su compañero lo esperaba.
El papá de él salió, preocupado, porque vio la camioneta estacionada y ninguno de ellos estaba. “Están muertos y quedaron tirados adentro”, pensaba. Cuando salió se encontró con uno de los ladrones que lo miró fijo y le preguntó: “¿acá vive el pibe?” Pensó lo peor.
Mientras tanto, los chicos corrían hacia la esquina, porque intentaban demostrar a los malhechores que allí no vivían, que se olviden de ellos, que no los vuelvan a atacar. Pero vio a su papá.
Se acercaron a la casa de nuevo. Estaban aún muy asustados. Se encontraron con la familia, trataron de tranquilizarlos. Justo pasó un patrullero, llamaron a los policías, éstos se acercaron y les comentaron que estaban buscando justo a “estos dos tipos: pelo largo y lacio, jovencito, casi adolescente delgado, tez blanca. Sí, son los mismos que esta noche ya hicieron más de 10 robos”. “¿Y qué hacen acá con nosotros, síganlos, se fueron para allá?” “Sí, si, claro.”
En la zona sur del Conurbano circula el mito de que los carteles de San Expedito son códigos que los policías y delincuentes comparte para compartir información sobre que zona está “liberada,” es decir, sin control policial y posible de ser asaltada a gusto y piacere.
Cada vez más, los vecinos notan este tipo de señalizaciones. Porque no es sólo el robo a mano armada, el hurto en la calle o la amenaza latente, es la sensación de estar vulnerados en lo más íntimo, esa percepción de ser tan pequeños frente a otros.
Es ese sentir de impotencia, incapacidad, falta de oportunidad de decisión. No somos dueños de nuestro propio destino, de la existencia que nos tocó, de la vida que transcurre. Porque precisamente todo puede concluir en un instante.
En este juego de idas y venidas, los funcionarios procuran atribuir responsabilidades entre las figuras de la policía. Tras una ola de hechos delictivos, muchos de ellos derivaron en asesinatos, el Ministro de Seguridad Bonaerense, Carlos Stornelli, dispuso el relevo del titular de la Jefatura Departamental Conurbano Norte y en su reemplazo designó a un alto jefe de investigaciones, Omar Nasrala.
Uno de esos hechos de violencia que movilizó a la población fue el asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea, cometido el 21 de octubre pasado en su chalet de la localidad de Acassuso donde también resultó herido uno de sus hijos. Por ese caso hay tres adolescentes detenidos. Ese mismo día, se produjeron otros dos violentos robos casi a la misma hora y a pocas cuadras de distancia de la casa del ingeniero.
La creciente ola delictiva registrada en la zona Norte del conurbano el mes pasado provocó que cientos de vecinos se concentraran el domingo 26 de octubre frente a la municipalidad de San Isidro en reclamo de seguridad. Igualmente el en la noche del jueves pasado, 30 de octubre, fue asesinado de un balazo en el Tigre el farmacéutico Raúl Alberto Lugones, de 36 años, durante un asalto.
Por otra parte, la provincia de Buenos Aires comenzó a estructurar redes de educación y capacitación con empresas y grupos sociales para la inclusión de 400 mil adolescentes y jóvenes, según anunció la semana pasada el ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo.
De este modo, el gobierno de la provincia busca que los adolescentes y jóvenes excluidos del sistema estudiantil y laboral y que son propensos a terminar en la delincuencia, en una franja de 14 a 25 años, sean absorbidos en planes de capacitación que tengan al mismo tiempo salidas laborales previstas.Falta de inclusión en el mercado laboral, carencia de oportunidades, problemas educativos, adicciones son parte de una lista inmensa e interminable que amenaza todos los días a una porción importante de población. Entre esta maraña de causalidades e implicancias, la inacción conduce al descreimiento y, como un virus, la muerte y violencia se siguen esparciendo.

Guadalupe Piñeiro y Mariana Marcaletti

jueves, 6 de noviembre de 2008

A la deriva

El 26 de octubre pasado, cinco días después del asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea en su casa de San Isidro -supuestamente perpetrado por un menor de edad-, dos grupos de jóvenes se enfrentaron a balazos en el interior de la villa La Cava. Un adolescente de 15 años de edad quedó detenido. Por otro lado, su hermano de 21 terminó internado en el Hospital de San Isidro con un balazo en el tórax, mientras la Gendarmería y la policía bonaerense seguían discutiendo qué fuerza debía brindar seguridad en la zona. El hecho no tuvo repercusión mediática.
A las 20.15 del último domingo del mes, una serie de disparos sacudió a la villa. Provenían del pasaje de la calle Juan Clark, en el interior del asentamiento. Cuando los policías que vigilan la zona llegaron al lugar del hecho, vieron a dos grupos enfrentados, uno de dos jóvenes, y otro de tres, de entre 15 y 21 años, intercambiándose disparos con armas de fuego de corto calibre.
Cuando los adolescentes se percataron de la presencia policial, se dispersaron y corrieron en diferentes direcciones. El grupo de los tres muchachos fue el que llevó la peor parte: uno de ellos, Cristian –de 21 años- que vestía una remera celeste, bermudas de jean, zapatillas negras Nike y una visera azul, cayó al piso con una lesión en el tórax. Su hermano, de 15, vestía una remera manga larga verde oliva, bermuda beige, zapatillas blancas y gorrita naranja. Intentó escapar, pero fue alcanzado por Los oficilles.
Según el informe policial, al jovencito le incautaron un revolver plateado calibre 22 LR, de doble acción, con siete cartuchos. Debido a eso, deberá pasar varios días recluido en el Centro de Recepción de Menores Pablo Nogués.
Con tan solo 15 años, este muchacho delgado y de pelo corto, el menor de cinco hermanos, tuvo que vérselas con los uniformados por segunda vez en su vida.
Según pudo saber este cronista, no concurre al colegio y trabaja ocasionalmente con su padre, en albañilería. Como todo muchacho de la villa, tiene un fácil acceso a las drogas.
Su escolaridad se interrumpió a principios de año, cuando quedó libre. Ya había repetido octavo año. Y no solo abandonó el colegio, sino que también dejó el fútbol por las armas: desde pequeño jugaba al en el club Chacharita pero abandonó la actividad hace tres meses.
Claramente, es un joven desamparado que encontró en el delito lo que no pudieron darle otras instituciones. Según el examen psicológico que le hicieron en la comisaría: “Su nivel intelectual impresiona dentro del término de su edad y medio de estimulación.”
Qué le deparará la vida a este muchachito al salir del Pablo Nogués es una incógnita. Por lo pronto, lo que le dio el Estado lo llevó a la cárcel.
La Cava es un gigantesco pozo en el medio del Partido de San Isidro donde viven, según el registro oficial, entre 8 mil y 10 mil personas. Ocupa 24 manzanas y un paredón la separa de las mansiones del barrio. Esta dividida en 8 zonas y esta “gobernada” por la familia paraguaya de los Silva. El primer destacamento policial se instaló en 1999.
En este asentamiento, que podría ser considerado una localidad más del Partido, hay muchos de estos jóvenes cuyo porvenir es cada vez más oscuro. Sobre todo si para terminar con la inseguridad el gobernador de la provincia, Daniel Scioli, y el intendente del Partido donde esta radicada la villa, Gustavo Posse, consideran imprescindible bajar la edad de imputabilidad a los 14 años. Como si la solución a su exclusión del sistema sea borrarlos definitivamente del mapa.
Lo cierto es que allí están. Con apenas 15 años y armados.

La marcha sin el (ex) ingeniero

Se viene una marcha contra la inseguridad en la Quinta de Olivos. Más de sesenta organizaciones vecinales contra el delito están convocando vía mail a manifestarse frente a la residencia presidencial el domingo 9 a las 19 horas, con globos y pañuelos negros en señal de luto. Por diferencias de criterio, Blumberg organizará una movilización paralela en Plaza de Mayo a la misma hora, pero del jueves.
La ONG Mejor Seguridad y Vecinos en Alerta de Lomas del Mirador convocan a la primera manifestación. Esta es una fundación presidida por Constanza Guglielmi, hermana de una víctima de la inseguridad y ex candidata a diputada por el PRO en la provincia de Buenos Aires. Otras organizaciones, como el Foro de Ciudad Madero y Participación Ciudadana de Lanús también impulsar a ir. Por otro lado, asistirán las Madres del Dolor y fue invitado Juan Carr. Si bien no esta confirmada su presencia, desde su entorno creen que asistirá, ya que es vecino de Olivos. En total, hay más de sesenta agrupaciones vecinales que adhieren a la movilización.
Los manifestantes llevarán un petitorio a la quinta. Exigen que el Gobierno tenga un plan de inseguridad, ya que consideran que, hasta el momento, “solo hubo parches”. El petitorio incluye medidas a corto, mediano y largo plazo. Se reclama más presencia policial en lo inmediato y que se limiten las excarcelaciones. Entre los quince puntos del pedido, hay uno que solicita se declare la emergencia nacional para resolver lo que es “un problema social”, según afirmaron desde Vecinos en Alerta. Esta medida incluye información veraz sobre el mapa del delito, como también aumentar las penas para crímenes aberrantes y ayuda social para las familias de los presos.
La manifestación recibió el apoyo los opositores al oficialismo. Margarita Stolbizer ya acercó su adhesión, al igual que el PRO y el justicialismo disidente. Pero los organizadores no quieren “politizar” la marcha. Guglielmi afirmó que “hay que romper con el mito de que la inseguridad es de derecha”. Diferencias política son las ocasionaron que Blumberg marchara por su cuenta el próximo jueves 13. “Él está haciendo campaña”, dicen quienes irán el domingo.
Tomar medidas que requieren un costo político. Eso reclaman. Están en contra de bajar la edad de imputabilidad de los menores. Piden que la Policía entre en las villas de emergencia, donde “se esconden los ladrones. Sabemos que por eso hay un costo político, ya que las villas están manejadas por punteros políticos”. Si bien no generalizan, en Vecinos en Alerta afirman que los barrios precarios funcionan como aguantaderos de ladrones. Respecto de los menores, afirman que no pueden estar en la cárcel. Mencionan que hay una franja, entre los 14 y los 23, que anda “vagando”. Por eso, piden que se les brinde una enseñanza con “oficio y valores, como la educación que se perdió desde el ’83, si bien defendemos la democracia”.
La marcha arranca a las 19 horas. Quienes vayan darán una vuelta por la Quinta y luego lanzarán globos negros al aire que se esparcirán por todos lados, “tal como hacen los delincuentes”, dicen.

En la búsqueda

Sofía Herrera sigue sin aparecer. Ya van 39 días. Aumenta el conteo y también la desesperación. Edgar Fabián Herrera y María Elena Delgado, padres de Sofía, y el defensor de niños de Tierra del Fuego, Guillermo Gowland, quieren que se analicen fotos satelitales del día en que desapareció la pequeña. A su vez, se espera que un grupo de policías federales especializados en secuestros de menores de edad se sumen a la pesquisa, según dijeron fuentes locales.
Gowland, quien representa como querellante a la familia, reveló a DyN que una argentina que reside en Estados Unidos le ofreció gestionar con empresas estadounidenses la obtención de fotografías satelitales del 28 de septiembre sobre Río Grande, en busca de mayores pistas sobre el posible secuestro de la niña. En tanto que el intento por conseguir esas fotos por parte del juez de la causa, Eduardo López, había fracasado. Gowland relató que “la mujer se enteró del caso y, como tantas personas, se sintió conmocionada”. Pensó que las fotos podrían ayudar y se contactó con la Defensa de los Niños, Niñas y Adolescentes. En este momento se aguarda por la respuesta de las empresas estadounidenses para ver si cuentan con esas imágenes. La organización Missing Children de Argentina suma esfuerzos a la búsqueda. La foto de Sofía Herrera, como la de otros 138 niños perdidos, inunda el país. Según las estadísticas que maneja la organización, desde enero del 2000 se perdieron un total de 3526 chicos. Por otra parte, el porcentaje de chicos encontrados llega al 93% (3280 casos), aunque 54 de ellos no fueron hallados con vida. De los restantes, el 3% son casos que se cerraron por diversas causas, y el 4% final pertenece a los que aun se están buscando.
DyN

jueves, 23 de octubre de 2008

San Isidro por dentro

El martes 21 de octubre, el ingeniero Ricardo Barrenechea estaba durmiendo en su casa de Acassuso, en el partido de San Isidro, cuando tres delincuentes ingresaron a la vivienda ubicada en Perú al 700, a escasos metros de la avenida Del Libertador, a las 6.30 de la mañana. Tras entregarles a los ladrones lo que le exigían, los delincuentes quisieron más y lo amenazaron con llevarse a una de sus tres hijas. Esto alteró al ingeniero – que ya había perdido a una niña por una enfermedad terminal- y lo hizo reaccionar de la peor manera: junto a su hijo Tomás de 17 años se abalanzaron contra los dos ladrones. Ricardo recibió cinco tiros que lo desplomaron en la escalera de su casa, donde falleció, delante de toda su familia. Tomás tuvo mejor suerte, recibió un balazo en el hombro y si bien al cierre de esta edición continuaba internado en el sanatorio La Trinidad, esta fuera de peligro. Eso sí, no pudo estar en el entierro de su padre en el cementerio Jardín de Paz, en Pilar.
El hecho se enmarca en una seguidilla de seis robos que se sucedieron en la mañana de ese martes en el partido del norte del conurbano bonaerense. Ante esa circunstancia, el intendente de San Isidro Gustavo Posee acusó que la retirada de la Gendarmería de la villa La Cava – ordenada por el ministro de Justicia Aníbal Fernández- es una de las causas fundamentales del aumento de la delincuencia en su partido. El último puesto de la fuerza de seguridad en la villa se estaba levantando el mismo día que acontecieron los crímenes.
Según fuentes del ministerio del Interior, la disputa por la presencia de la Gendarmería en La Cava tiene como trasfondo una fuerte interna entre el ministro de Seguridad de la Provincia de Buenos Aires, Carlos Stornelli, y Fernández que no tienen buenas relaciones hace tiempo. Incluso, paradojas de la política, la secuencia se dio cuando el gobernador Daniel Scioli tenía planeado ir a Colombia a hablar sobre inseguridad. Finalmente habló sobre el tema pero frente a las cámaras de televisión y sin su ministro de Seguridad.
Lo cierto es que tras una serie de operativos fallidos en La Cava, los investigadores detuvieron a tres personas que serían integrantes de la banda en villa puerta de Hierro, en Ciudad Evita, partido de La Matanza, bastante lejos de San Isidro. Allí se secuestraron varias armas y municiones, entre ellas, una pistola semejante a la que se utilizó en el asesinato del ingeniero. Y los investigadores ya tienen identificados por identikit a dos personas, una menor, que serían los autores materiales del crimen. Uno de ellos ya había sido detenido en la zona norte por tres robos y podría ser uno de los protagonistas de la crónica “Pibes chorros”, que se publicó en la primera edición de este blog, hace un mes.
Lo malechores habrían ingresado a la casa de los Barrenechea con una tarjeta de plástico, forzando el pestillo de la puerta.
De esta manera, el barrio que tiene sus casas rodeadas de garitas, autos de agencias de seguridad privadas que circulan la zona constantemente y hasta viviendas con rejas electrificadas –aunque esten prohibidas por ley- entró en un estadio superior de psicosis. Por ese motivo, el Concejo Deliberante decretó el estado de emergencia y su intendente propuso una vez más bajar la edad de imputabilidad de los delincuentes a 14 años– hasta escribió una columna en el diario La Nación argumentando las razones- como si esa fuera la solución de todos los problemas. ¿Y si los delincuentes eran mayores, cuál habría sido la salida propuesta por el intendente y el gobernador de la provincia, que se sumó al pedido?
Lo cierto es que la Gendarmería volvió a La Cava, asilando a la villa de todo el barrio que lo rodea. La división social se profundiza por la falta de medidas políticas y sociales. Basta escuchar los reclamos de los vecinos san isidrenses que reclamaron “muerte por muerte” en la puerta de la municipalidad.
Un dato no menor es que con la Gendarmería en La Cava igual se producían muchos crímenes en el Partido. De hecho, hay una persona que vivía en La Cava desaparecida hace más de un año, que la justicia presume que fue asesinada pero nunca pudo establecer qué paso. Casualmente el caso avanzó mientras el Juzgado Criminal y Correccional Federal Número 4 de la capital federal tuvo el caso en su poder. Cuando llegó a San Isidro todo se estancó. En esa misma investigación se determinó que una cocina de drogas funcionaba en una esquina de la villa liderada por la familia Silva, en las narices de las fuerzas de seguridad.
Así está el barrio, convulsoinado. No es para menos, la muerte se pasea por sus calles.

Una noche para olvidar

Relato de una salida de amigos

Música, tragos, amontonamiento de gente y desborde parecen ser características típicas de una noche de sábado para cualquier adolescente. La usual salida con amigos, la reunión ruidosa y el alcohol se vuelven ingredientes indispensables del ritual juvenil que inunda los fines de semana.
Todo parece festejo. Gonzalo generalmente se junta con su grupo de amigos en la casa de Patricio, que queda cerca de los pubs, bares y boliches bailables de Lanús centro, al sur del conurbano bonaerense. Antes de la reunión, los muchachos van todos juntos al mercado mayorista y compran todo tipo de bebidas alcohólicas, inimaginables para un abstemio e impresionables incluso para un bebedor ducho. Las cajas de cerveza se amontonan en el chango, así como las botellas de Gancia, whisky, vodka y esencias de frutilla para deleitar a los paladares que prefieren sabores más dulces.
El clima de risas y festejo constante es la regla. Los chistes se suceden unos a otros y para una espectadora testigo de charlas ajenas los temas parecen banales pero dotados de la perspicaz singularidad de lo anecdótico y divertido. También me río con ellos de sus bromas, son compinches de códigos secretos, y otros no tanto, que consolidan una festividad incansable.
Por supuesto, llega un momento en que el observador externo se cansa cuando los púberes simulan ser infatigables. Por suerte llegó la madrugada y deben irse.
El destino es un bar llamado “Space” sobre la Avenida Hipólito Irigoyen que está enfrente de un boliche llamado “La zona” y a la vuelta de la legendaria discoteca “La Casona”, que fue cerrada hace dos años luego de que los amigos de un chico asesinado a golpes por un patovica incendiaran el local.
Se sientan todos en una mesa y es inevitable que la dispersión llegue en cierto momento de la noche. Gonzalo observa detenidamente a una chica que le sonríe. Sin pensarlo, se acerca a ella y se disponen a charlar. El coqueteo no se hace esperar. Ella le pregunta qué hace de su vida, él le cuenta que todavía no terminó el secundario y que está trabajando en un taller metalúrgico del padre de un amigo suyo. Ella está cursando el último año del secundario. Carolina bromea con él por su apariencia: “¿cómo vas a venir vestido con esas zapatillas rotas a este lugar?”. “El bar tampoco es la gran maravilla del mundo, él le contesta”. “¿Y te peleaste con el cepillo?”, remata Gonzalo. Ella le explica que el suyo es un peinado muy de moda.
“¿Son esos tus amigos?”, le pregunta Carolina. “Sí… son unos barderos”. “¿Pero por qué no les decís que la corten, están gritando mucho?”, le aconseja Carolina. “Dejálos”, le responde Gonzalo.
De repente, escuchan que a uno de sus amigos lo están increpando. Sin dudarlo, Gonzalo se levanta de su silla y va a fijarse qué sucede. Por el momento, lo que se puede observar desde el lugar de Carolina son muchos gritos y la espalda de un hombre corpulento, tal vez por unos kilos de más o demasiados anabólicos. De la vereda del frente, un grupo de transeúntes se detienen para observar el espectáculo, un poco teñido de antiguo festival circense y de película de acción hollywoodense. Se rompen platos, nota la cocinera, que corre hacia el interior del local con miedo y ansias de que termine su turno. Le va a reventar la vena, le va a dar un infarto al grandulón, piensa la camarera que, mientras tanto, trata de cobrar las mesas que le faltan por si llega a caer la policía y se van sin pagar.
Todo sucedía en un instante y ese lapso breve de tiempo parecía como una eternidad para los testigos. Golpes. Bandejas que se caen. Llantos. Pese a que todos veían, el miedo paralizaba a la mayoría.
¿Por qué se estaban peleando? Es por una mujer, un trago, le quiso robar plata, lo insultó, estaban borrachos. Las versiones son tantas como la cantidad de participantes que compartían un trago en el lugar. En ese instante, plagado de temor e incertidumbre, Gonzalo alcanzó al grandulón y lo amenazó: “¿qué te pasa con mi amigo?” A lo que le contestó: “¿y vos que te metés pendejo de mierda?” Claro que, a buen entendedor, pocas palabras. Y no hay oídos más sordos que los que no quieren escuchar. Metió la mano en el bolsillo. Chistó a otro. Se rieron de un modo cómplice. El grandote estaba acompañado.
La primera reacción fue salir corriendo, ya no importaba ni Carolina, ni la cerveza, ni los chistes entre pares… las zapatillas no daban más, corrían pero las balas de goma sonaban ruidosas muy cerca suyo… estaban muertos de cansancio, todo pasó a un lugar secundario: el colegio, los proyectos, la vida, las salidas, los amoríos, las noches de parranda, las películas que vio y las que no podría ver… pensó en su familia, su perro, la casa de la infancia y los recreos del jardín de infantes, todo se juntó en un momento, y en un instante todo se quedó en la nada. Sintió que se moría.
Una bala de goma alcanzó su pierna, cayó tendido al suelo. “No pasó nada, sólo te rompiste el jean, le dicen, quedáte tranquilo, otro día te llevamos a Levis y te compramos otro pantalón”. Bromeaban con él, querían que se tranquilice mientras llegaba la ambulancia. Por supuesto, que los policías ya se habían ido y los patovicas, amigos de los policías, se habían marchado también.
Lo que sucede es que hay otros que no tienen tanta suerte. A otras personas, jóvenes cuya vida social consiste en salir a bailar, simplemente las asesinan a golpes. ¿Y quiénes son los asesinos? Aquellos que se suponen que los protegen, esos hombres portadores de uniformes, de armas, de palos y de mucha droga en el cuerpo. ¿Y quiénes son las víctimas? Adolescentes, de entre 14 y 18 años, que aparecen en esos sitios con el objetivo de pasar un buen rato. Los que tienen una fortuna mejor sufren una paliza más o menos intensa y pueden contar el cuento, como Gonzalo. Pero otros, se lo llevan a la tumba.

Sólo por citar tres antecedentes:

2008, Quilmes: Marcha por la justicia

Los familiares, amigos y vecinos de Emmanuel Vera, un joven de 18 años asesinado de un balazo en el estómago en junio pasado a la salida de un boliche de Quilmes Oeste, realizaron hace tres semanas una marcha de antorchas para reclamar Justicia.
El padre de la víctima, Juan Carlos Vera, dijo que la protesta de antorchas se realizó en el cruce de Chile y San Martín, frente a la estación Ezpeleta. “Nos concentramos para pedir por el esclarecimiento de la muerte de Emmanuel y sus amigos proyectaron un video sobre los últimos días de Emmanuel con vida”, agregó su padre. “Todavía no hay culpables al cumplirse cuatro meses de su muerte y nos convocamos a marchar también por la seguridad para nuestros jóvenes”, añadió.
El hecho ocurrió la madrugada del feriado del 16 de junio último a la salida de un boliche situado en Craviotto y Calchaquí de Quilmes Oeste. El joven había salido de allí con unos amigos y, por motivos que se investigan, discutió con otro grupo de muchachos. Esos jóvenes primero se insultaron con Emmanuel y sus amigos y luego le efectuaron disparos desde un auto Peugeot 206 gris. El joven Emmanuel recibió un impacto en el abdomen a raíz del cual murió. Emmanuel tenía 18 años, era técnico Electromecánico egresado de la Escuela Mosconi y estudiante de Ingeniería; a la vez trabajaba en una empresa metalúrgica en Avellaneda y ya había sido seleccionado para empezar a trabajar en Astillero Río Santiago.

2006: Joven muere en La Casona tras haber sido golpeado por un patovica

El domingo 3 de Diciembre de 2006 un joven de 20 años, Martín Castellucci, fue brutalmente golpeado por guardias de seguridad del boliche de Lanús “La Casona”, lo que causó su muerte. Uno de los patovicas fue liberado el sábado 9 ya que el juez consideró que faltaban pruebas en su contra. Ese mismo día, comenzó a circular un mail entre los jóvenes que regularmente asisten a esa disco para manifestarse en el boliche esa tarde de sábado. Una gran cantidad de gente se plegó a la movilización y, si bien en su mayoría eran jóvenes de un promedio de 15 años, también había adultos y niños que participaron de la protesta.
El boliche está ubicado en la zona céntrica de Lanús. Históricamente, los dueños del lugar se empeñaron en que cierta clase de chicos sean asiduos concurrentes del boliche mientras que se estigmatizaba a otros jóvenes y se los excluía, ya sea directamente (prohibiéndoles la entrada sin razón alguna) o implícitamente (haciéndoles pagar el doble del precio de la entrada o exigiéndoles determinada vestimenta). En la cola y en la entrada los “tarjeteros” realizaban un trato diferencial con algunos jóvenes, quiénes afirman que percibían la constante persecución, intimidación y acoso por parte de los patovicas y dueños del boliche.
La ira contenida de los adolescentes enfurecidos por el asesinato de Castelluci se volvió fuego la tarde de la protesta en la calle. Tiraron piedras, incendiaron el patio del boliche, rompieron estatuas y cantaron. Según sus testimonios, era moneda corriente el hecho de que en el boliche discriminaran por la apariencia y que cobraran la entrada de acuerdo al color de la piel, el aspecto y la vestimenta de los adolescentes. Como la gota que colmó el vaso de agua, hordas juveniles se abalanzaron sobre el predio y ejercieron lo que comúnmente se denomina justicia por mano propia, que en la creencia popular asume la forma de “el que las hace las paga”.


2004, Caballito: Multan a dueño de boliche por un joven que resultó herido en su local

El propietario de un local bailable de la ciudad autónoma de Buenos Aires y un empleado de seguridad fueron condenados hace dos semanas a pagar unos 70.000 pesos de indemnización a un joven por las lesiones que recibió cuando se hallaba en el boliche.

La sentencia la dictó la Cámara Nacional en lo Civil a raíz del hecho registrado el 9 de junio de 2002 en el local ubicado en avenida La Plata al 700, en barrio de Caballito. La Sala E del Tribunal sostuvo que el explotador comercial del boliche tiene la obligación de asegurarle a quienes concurren al mismo que saldrán del sitio “sanos y salvos.”
El joven fue golpeado por un patovica, condenado por este episodio a dos años de prisión en suspenso por un tribunal penal, lo que provocó que tuviera que someterse a una intervención quirúrgica y quedara con insuficiencia respiratoria nasal. El damnificado inició demanda por incapacidad sobreviviente, daño moral y gastos médicos debido a la fractura de sus huesos de la nariz.
Los camaristas Fernando Racimo, Juan Carlos Dupuis y Mario Calatayud evaluaron que el propietario del lugar no se exime de responsabilidad por el hecho de que el empleado de seguridad "se haya extralimitado en sus funciones".


Mariana Marcaletti - Brenda Lynch Wade

UN DÍA DE LA MADRE DIFERENTE

Para muchas mujeres, el domingo fue una oportunidad para recordar y lamentar una pérdida: la de sus hijos. Este es el caso de las integrantes de la organización Madres del Dolor, que año tras año realizan distintas actividades para conmemorar su día, pero sin olvidar el sufrimiento a causa de la ausencia de sus hijos.
El año pasado, las Madres del Dolor pusieron en marcha una jornada de charlas que se realizaron a modo de taller. En cambio, en el año 2006, la propuesta fue un acto en la plaza San Martín del que participaron distintas figuras de la música, del teatro y del periodismo.
Pero este Día de la Madre, la fecha encontró al grupo de madres organizadas con un proyecto diferente. El propósito fue puntual y firme: ayudar a la madre de la nena desparecida hace tres semanas, Sofía Herrera.
Elvira Torres, miembro de Madres del Dolor, cuenta: “Este año, nuestro Día de la Madre fue atípico. Estábamos ocupadas con el tema de Sofía. Nosotras trajimos a su mamá del sur”.
Torres asegura que, también en este caso, la forma en que se dio la ayuda fue diferente: “En general, nosotros ofrecemos colaboración en los casos extremos, cuando hay una muerte de por medio. Pero en esta ocasión, fue la misma madre de Sofía la que se acercó a nosotros”.
A partir de allí, la organización se puso en marcha para ayudar a Elena Delgado, la madre de la nena. “Primero le conseguimos la entrevista con el ministro de Justicia, Aníbal Fernández y fue él quien logró que se llevara a cabo lo que teníamos pensado hacer para el Día de la Madre” Torres.
Relata: “El gobierno de la provincia le dio el pasaje y nosotras le pagamos un hotel acá para que tuviera alojamiento y la llevamos a los medios de comunicación”.
Con el permiso logrado y el plan pensado hasta el más mínimo detalle, se llevó a cabo la campaña de difusión en un momento estratégicamente elegido: el súperclásico de fútbol.
Sobre lo ocurrido el domingo, Torres cuenta que “el Día de la madre, Elena Delgado se acercó a la cancha durante el partido de River- Boca y se mostró a toda la gente que estaba allí la foto de Sofía Herrera con un cartel que decía ‘Se busca’”.
Más allá de las exitosas repercusiones que obtuvo en la prensa la movida llevada a cabo por las Madres del Dolor el domingo, su estrategia fue pensada para que el caso pueda extenderse más allá de las fronteras nacionales. “Queríamos que la foto generara un efecto a nivel internacional para que organismos que estén más allá de nuestro país puedan tener conocimiento de lo que ocurrió con Sofía y brindar algún tipo de ayuda en este asunto”.
Mientras que muchas madres tuvieron la oportunidad festejar con sus hijos el domingo, otras pudieron organizarse desde el dolor para que los recordados ese día sean los hijos que ya no están.

miércoles, 22 de octubre de 2008

La violencia institucional se cobró 116 víctimas

Según un informe del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), las muertes ocurridas en procedimientos que involucran a funcionarios de seguridad cayeron un 20% en el último año. La cifra se dio a conocer en el informe que el instituto realiza todos los años sobre la situación de los Derechos Humanos en el país. Sin embargo, destacan que la mayoría de los hechos ocurren en casos en los que podría evitarse el uso de la fuerza.
Si se toma el período julio 2006-junio 2007, 116 personas murieron en procedimientos en Capital Federal y Gran Buenos Aires. De ellos, 79 eran civiles y 37 policías, gendarmes, prefectos, militares u oficiales del servicio penitenciario. La provincia de Buenos Aires albergó la gran mayoría de las muertes de civiles: 88 en total. La Policía Federal aparece en el estudio como la fuerza más afectada, con 16 bajas, seguida de la Bonaerense, con 12 oficiales asesinados. Sin embargo, desde la PFA informan que el número de caídos llega a once víctimas.
En el 70% de los casos, los civiles mueren en enfrentamientos armados, según la versión oficial de los hechos. Muchos de estos acontecimientos fueron relatados como intentos de robo de automóviles o comercios por uno o dos ladrones, en los que luego intervino la fuerza. El CELS destaca que muy pocos de ellos se trataron de tiroteos con bandas de mayor cantidad de miembros. Los autores del estudio suponen que el uso de armas de fuego por funcionarios de seguridad ocurre cuando la relación de fuerza es dispar. Incluso, pone en duda que sean "enfrentamientos armados", ya que persiste la práctica de "plantar" armas para simular un tiroteo donde hubo un fusilamiento.
El CELS realiza su informe en base a recortes periodísticos, desde 1996. Junta información en la que haya algún funcionario de seguridad involucrado, ya sea policía, militar, gendarme o miembro del servicio penitenciario. Las muertes incluyen procedimientos de la institución, represión en protestas y acontecimientos que involucren a dichos funcionarios pero como civiles. La crisis de 2001 fue el momento cuando ocurrieron la mayor cantidad de decesos violentos: 178 civiles fallecieron en el último semestre de ese año, mientras que el pico en la estadística de funcionarios tuvo lugar en el primer semestre de 2002, con 59 víctimas.

lunes, 20 de octubre de 2008

Falta poco

Les recuerdo que el próximo jueves estarán cinco nuevas notas sobre el delito en la Capital y conurbano bonaerense. En estos momentos, estamos terminando de editarlas para presentarles el mejor material posible.

jueves, 9 de octubre de 2008

¿Dónde está mi hijo?

“Hace veinte días que no aparece”. Directo, sin anestesia, Ramón le comunicó la mala nueva a Ana María. En varias ocasiones, ella llamó para preguntar por el paradero de su hijo desde su hogar de González Catán, en el partido bonaerense de La Matanza.
El hombre en cuestión es Oscar Horacio Romero, de 26 años, quién desapareció de la casa en la que vivía con su concubina, Romina.
Su suegro, Ramón, se encargó de informarle a la madre, Ana María, quien nunca le creyó y al día de hoy no entiende cómo tardaron en avisarle.
Todo sucedió en mayo, 1999. La policía ubica el hecho entre la madrugada del lunes 3 y el martes 4. Ana María buscó en las comisarías algún dato que le permitiera saber lo ocurrido.
Terminó en la comisaría Quinta de su barrio. Le enseñaron varias fotos de personas fallecidas en enfrentamientos con la policía. Hasta que, luego de estallar en gritos, encontró la de su hijo: estaba en el cementerio de Villegas, a un costado de la Ruta Nº 3. Pidió una y otra vez reconocer el cuerpo. No la dejaron. Oscar había sido enterrado como NN. A ella le costaba creer cómo tardó tanto en enterarse que su hijo fue asesinado por la policía.
La versión oficial no la conforma. Oscar había perseguido por la calle a Haydee Ruiz Díaz, una agente de la Policía Federal que volvía de trabajar. Supuestamente, la interceptó para robarle y luego forcejearon.
En el intento, la oficial le disparó con su arma. Él escapó herido. Según la policía, tras lo sucedido se enfrentó a tiros con unos agentes que lo interceptaron.
Se cree que él disparó con el arma de Ruiz Díaz. Los agentes de la bonaerense disparan en su contra y lo liquidan. La autopsia lo describe fríamente: cuatro disparos, todos a la altura del pecho o superior. Tiraron a matar.
En toda autopsia, los forenses realizan una descripción exhaustiva del cuerpo. Cada fisonomía es volcada al informe con detalle. Características corporales, marcas o cicatrices. Proceden a analizar cada centímetro del cadáver.
Entre otras cosas, abren el cráneo, cortan el cuero cabelludo de un extremo a otro, por la parte superior, de oreja a oreja. La parte anterior se repliega sobre la frente y la posterior sobre el cuello. Luego, se abre la bóveda para extraer masa encefálica. Siempre se realiza este procedimiento.
Oscar Romero sufrió un accidente automovilístico años atrás, el cual le dejó una marca importante en su cara, casi como una abolladura en un auto. Tenía un pómulo levemente hundido. Nada de esto figura en el informe forense. Cuatro años más tarde se desenterraron los restos para llevarlos a un nicho. Del cuerpo sólo quedaban los huesos. El cráneo estaba intacto.
Por ello, es que Ana María hoy sostiene que el cuerpo que enterraron, y presentaron como su hijo, en realidad no es él. Su hijo se llevaba muy mal con la familia de su pareja. En ese sentido apuntan sus acusaciones.

miércoles, 8 de octubre de 2008

“Delitos en 2008: un tema no menor”

Los delitos llevados a cabo por menores de edad tuvieron un incremento importante en 2008. Si bien este tipo de actos sufrió un aumento progresivo en los últimos tiempos, en lo que va de este año, la cantidad creció rotundamente.
“Se produjo un aumento de la delincuencia en general. Pero, particularmente, el 2008 fue un año donde creció en gran medida la cantidad de crímenes realizados por menores de edad” asegura Jennifer Wheil, voluntaria de la Fundación Blumberg.
Al respecto Weihl agrega: “Además, los delitos que detectamos a lo largo de este año llaman la atención por su alto grado de agresividad”.
Otro dato que sufrió modificaciones durante lo que va de 2008 es el promedio de secuestros que se llevan a cabo. “Hoy en día, inclusive en Colombia hay menos cantidad de secuestros que en Argentina” afirma Weihl.
También se produjeron cambios en los momentos del día en que se reciben las denuncias. Sobre este punto, Waihl apunta: “Antes la mayoría de las denuncias se recibían por la noche. En cambio, hoy no hay horario”.
Andrés Sterba, agente de la comisaría 53 de la Policía Federal afirma: “Hace ya casi un año que a los que trabajamos en el área nos sorprende muchísimo cómo se incrementó el número de delitos que son cometidos por menores de edad”.
Según el oficial, este aumento se refleja tanto en las denuncias que se realizan en los distintos puntos de la ciudad, así como en los episodios callejeros que él tiene ocasión de presenciar. “Lo noto bastante cuando estoy en la comisaría o por la cantidad de casos que llegan, pero lo puedo ver también cuando trabajo en la calle. Nos llama la atención cómo en muchos de los delitos que se cometen, hay menores involucrados. Hace uno o dos años atrás, esto era impensable” afirma Sterba.
En cuanto a los motivos por los cuales los menores se inician en la delincuencia, el agente sostiene: “Las razones son varias. La mayoría de los casos que recibimos en las comisarías son de jóvenes que empiezan porque se escapan de sus casas y encuentran ahí una salida. También hay otros que directamente viven en la calle. En general, lo que se ve es que hay muchas situaciones en las que influye el hecho de que los padres no les prestan atención”.
De acuerdo con Sterba, la mayor cantidad de delitos cometidos por menores se concentran en los barrios de Once y Constitución. “Ocurren en esas zonas principalmente porque allí es donde los jóvenes se reúnen, cerca de las estaciones de tren” explica el agente.
El oficial agrega que durante lo que va de este año, también creció en forma sorprendente el tipo de delitos de “jóvenes contra jóvenes”. Sobre este tema, dice: “Recuerdo un episodio en particular en el que un grupo de chicos atacaron con una botella cortada a otros que salían del colegio. Esto antes hubiera sido un caso aislado, pero hoy en día, no llama tanto la atención. El resentimiento en la sociedad creció muchísimo”.

La exportación menos deseada

En lo que va del año, se secuestraron 150 kilos de efedrina en Paraguay, la mayoría enviada desde la Argentina, según informó la Secretaría Nacional Antidrogas paraguaya (SENAD). El número es sorprendente si se lo contrasta con los apenas cuatro kilos que ingresaron en forma legal al país vecino.
'Llama mucho la atención estos datos', ya que durante el 2007 'no hubo procedimientos de secuestro de esa sustancia', afirmó el agente especial Federico Pfefferkorn, jefe de la Oficina de Fiscalización de Sustancias Químicas y Farmacias del organismo paraguayo. El funcionario afirmó que 'nuestro país (Paraguay) sólo es referencia de paso, porque el destino es México'. Allí, los trámites de importación incluyen la aprobación oficial, la justificación ante el Ministerio de Salud y la SENAD y que se notifique a los pares de Aduanas de los países que participen de la operación. Por otra parte, voceros de Migraciones de Paraguay informaron que 'en el transcurso del 2008 son 1500 los ciudadanos mexicanos que arribaron al país'.

Miguel Ángel Toma, secretario de Seguridad Interior durante el gobierno de Carlos Menem, explica la situación del narcotráfico en la Argentina.

¿Qué consecuencias se derivan del consumo de estupefacientes?

El consumo de droga, provocado por el incremento de su producción y de su tráfico en la Argentina, genera delitos violentos. Además, el narcotráfico tiene una doble incidencia: aumenta la cantidad de crímenes y también suele producir ataques más brutales y crueles en su ejecución. Ese es el círculo vicioso en el que estamos inmersos.

Hace apenas dos meses, tres empresarios llamados Leopoldo Bina, Damián Ferrón y Sebastián Forza fueron encontrados asesinados en un zanjón en la localidad de General Rodríguez, en la provincia de Buenos Aires. Habían sido asesinados a sangre fría. Las características del crimen transmiten connotaciones mafiosas: muchas hipótesis se refieren al hecho con los términos “ajuste de cuentas”, “revancha de narcotraficantes” y “negocios sucios”. El juez a cargo de la causa, Federico Faggionato Márquez, pidió hace unos días la extradicción de Jesús Martínez Espinoza, un mexicano aparentemente vinculado con el crimen de los empresarios. La suposición más difundida es la que indica que ellos habían interferido en la comerciaización internacional de la efedrina y, debido a esto, fueron sacados del medio por los grandes carteles de narcotraficantes, entre ellos el famoso y temerario “cartel de sinaloa,” de Méjico. Las autoridades aún están investigando el caso para determinar las causas del asesinato.

Tras el llamado “triple crimen” de General Rodríguez la cuestión sobre la venta ilegal de una sustancia llamada efedrina se volcó al centro del debate público. ¿Qué es la efedrina y por qué se demanda?

La efedrina es un precursor para el desarrollo de drogas sintéticas. En especial, se la utiliza para la fabricación de éxtasis. Se relaciona con el desembarco de carteles de la droga en la Argentina.

A lo largo de los últimos meses, el ministro de justicia, seguridad y derechos humanos Aníbal Fernández se refirió a la “despenalización de las drogas.” No obstante, muchos abogados declaran que de hecho la ley no pena los consumos personales. Existe también una opinón generalizada de que existe un vacío legal en torno al tema. ¿Cuáles son sus percepciones respecto a esta cuestión?

Hablar de la despenalización de las drogas es una cortina de humo para no hablar de los temas que realmente importan. Por ejemplo, no tenemos radares para detectar qué entra y qué sale de la Argentina. En el año 1996, yo logré aprobar en el Congreso el Plan Nacional de Radarización y lamentablemente nunca se cumplió. Fue un problema de ejecución posterior y no del Congreso. Hoy nos encontramos con que no sólo no podemos controlar el ingreso de la droga al país sino que tampoco podemos supervisar la seguridad del tránsito aéreo. En la Argentina, hay tres radares móviles denominados 3D. Pueden identificar el rumbo, las características y la altura de una aeronave sin la necesidad de que esta cuente con un mecanismo que informe esos datos. Sólo dos de ellos son operativos. No cubren la totalidad del espacio aéreo y por esta razón se producen agujeros.

¿Qué efectos producen estos agujeros?

Por ejemplo, cuando los narcotraficantes (o cualquiera que intente traer algo de contrabando al país) verifican que están siendo cubiertos por un radar, cambian de dirección. Buscan por donde perforar la frontera por el lugar donde el radar no los puede captar. Los radares móviles no sirven para nada. Lo que se necesita es un plan que radarice la totalidad de la frontera. ¡Cómo no va a ser este país el paraíso para narcotraficantes! La única inversión directa extranjera que está recibiendo la Argentina es la del narcotráfico.

¿Cree que esta problemática tendrá una solución a corto plazo?

Es muy preocupante. Me gustaría recalcar algo que es central: no es que estamos en un pico, estamos en el inicio recién de un proceso de larga duración. Nadie toma conciencia de adónde se puede llegar si se continúa con la “política del avestruz”, es decir, meter la cabeza y esconder los problemas. Digo “política del avestruz” porque no quiero pensar que existe connivencia.

¿Cuál es el rol del gobierno respecto a estos asuntos?

Lo peor que le puede pasar a cualquier gobierno o cualquier funcionario es negar la realidad. Aníbal Fernández dice que no hay carteles de droga y es cierto. Pero que no los haya no significa que éstas no sean las primeras y más fuertes manifestaciones de que se están empezando a organizar. Lo que me preocupa es el intento oficial por ocultar la profundidad y la magnitud de lo que nos espera.

A lo largo de su gestión, el ministro de justicia Aníbal Fernández se encargó de transmitir la voz gubernamental respecto a estas cuestiones. En primer lugar, repitió en varias ocasiones su intención de descriminalizar y despenalizar el consumo que, de hecho, no está penado en las normativas vigentes. Sin embargo, produce curiosidad el hecho de que nadie le haya cuestionado su afirmación. En este sentido, participó de diversas conferencias de prensa, encuentros bilaterales con funcionarios de otros países como su contraparte en Paraguay, brindó testimonio a la prensa y a la radio de modo cotidiano, y la profundización del asunto aún brilla por su ausencia.

Mariana Marcaletti y Brenda Lynch Wade

martes, 7 de octubre de 2008

"DISCULPAME PERO TE TENGO QUE ROBAR"

Raúl Torres conducía su taxi como todas las noches de los últimos años y con la misma estrategia: antes de entregarse a un pasajero lo analizaba de arriba a abajo; en pocos segundos decidía si lo levantaba o no. No era para menos, en el 2007 había tenido una muy mala experiencia. Pero la primera noche de octubre su método falló. Torres comenzó el mes con el pie izquierdo y un revolver en la nuca.
El miércoles 1 llegaba a su fin. Torres manejaba por la avenida Luis María Campos, en Belgrano, cuando un hombre de 40 años le hizo señales para que pare. Al verlo bien vestido, con un saco, Torres no dudó y encendió la balizas. El individuo se subió muy tranquilo y le explicó que se dirigía a la avenida Cabildo. Sin problemas, Torres bajó por Virrey del Pino, bordeó las vías del tren – cerca de la estación Belgrano- y subió en la primera calle que pudo, bordeando la plaza. No hizo más que una cuadra cuando escuchó que el pasajero en un tono tranquilo le dijo, como quien no quiere la cosa: “Disculpame pero te tengo que robar.” Cuando Torres quiso reaccionar se percató que tenía el caño frío del revólver en la nuca.
“Dame toda la plata y las llaves del auto”, lo obligó el ladrón.
Torres siguió cada uno de los pasos. Primero le dio los 200 pesos que tenía encima y luego las llaves.
El malhechor se hizo con el dinero, bajó del auto, revoleó las llaves para que el taxista no lo siguiera y se fue caminando, como si volviera a casa después de cumplir un mandado.
Fue en ese preciso instante cuando Torres pensó en recuperar lo suyo. Agarró el traba volante de hierro y cuando atinó a bajar y correr al delincuente, se le cruzó la imagen de su mujer esperándolo para cenar en casa. No valía la pena jugarse la vida por 200 pesos. Resignado se puso a husmear entre el empedrado, a ver dónde habían caído las llaves.
“Lo peor de estas cosas es que uno tiene que estar agradecido porque no pasó a mayores y porque no perdí el auto”, le afirmó a este cronista. Y luego soltó: “No es la primera vez que me afanan. Si los taxistas estamos ‘entregados’.”
Justamente, su bautismo de fuego contra el delito lo vivió un año atrás.
En aquella ocasión, una pareja se subió al taxi y le pidió ir a Balbín y General Paz. Pero en el recorrido tuvo una parada imprevista. Paradojas del destino, un control policial lo detuvo antes de cruzar la autopista que divide la Capital Federal de la Provincia. Su vida estaba en peligro aunque él no lo supiera. Mientras el oficial controlaba la documentación del taxista, la pareja se besaba apasionadamente. Lo cierto es que el oficial no indagó a los supuestos amantes que viajaban en el asiento trasero sino se hubiese percatado que eran dos ladrones armados. No faltó mucho más para que el taxista se diera cuenta de ello.
A cinco cuadras de Balbín y General Paz, la pareja le pidió a Torres que se detenga. Cuando se dio vuelta una pistola lo apuntaba.“Dame toda la guita”, le gritaba la mujer mientras lo cacheteaba.
-“¿Qué haces la puta que te parió?”, se enfureció el taxista.
-“Dale, sacate la guita que tenés en las medias”, siguió la mujer sin desistir con sus golpes.
-“No tengo nada en las medias.”
Tras un par de cachetazos más, los delincuentes agarraron las llaves del auto, le ordenaron al taxista a que se bajara y tras pensarlo unos segundos, descendieron también.
“Cuando salieron del taxi me vieron las zapatillas nuevas. Me las había regalado mi hija el día anterior. Y me las hicieron sacar”, se lamenta Torres.
Con calzado nuevo, un celular, 100 pesos y las llaves del auto, la pareja delincuente partió hacia un nuevo objetivo y dejó a Torres varado y descalzo. Recién cuando se cruzó a un colega pudo salir de donde estaba.
Dos horas más tarde, volvió al puesto policial para recriminarle al oficial que lo había parado por qué no había registado a sus pasajeros. De nada sirvió.
Un año más tarde, Torres volvió a sufrir la desagradable experiencia de ser asaltado. Y como muchos colegas, no realizó la denuncia. Lo que sucede, explican en el sindicato de peones de taxi, es que si se acude a la policía, el auto permanece inactivo por 10 o 15 días y el daño para el chofer es aun peor. Esta es una de las razones por las cuales no hay estadísticas precisas sobre el robo a taxistas.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Pibes chorros

Silvana Cóceres (26) jugaba con su hijo Joaquín de apenas un año. Era el mediodía del miércoles 17 de septiembre cuando limpiaba las ventanas, de espalda a la puerta de entrada de su casa, en San Fernando. Estaba muy concentrada en su quehacer, procurando quitarle todas las manchas a los vidrios, cuando de repente sintió una mano fría que le tapó la boca. “Agachate y agarra al bebé. Hace que se calle”, le ordenó el joven de 21 años que tenía a sus espaldas. “¿Dónde está la plata?”, la increpó. El joven ladronzuelo, rapado a cada lado de su cabeza, con una cresta y claritos en el pelo, no estaba solo: lo acompañaba otro adolescente de 16 años. Los dos habían cruzado todo el conurbano bonaerense para llevar adelante su “trabajo”. Venían desde La Matanza.
Silvana tomó a su hijo que no paraba de llorar y les dijo que el dinero estaba en su habitación. El mayor de los delincuentes, que era quien llevaba las riendas del atraco, la tomó del brazo, la llevó a la pieza y la sentó en la cama. Cóceres les dijo que el dinero estaba en el segundo cajón del armario, les pidió que lo tomen y se vayan. Pero cuando los delincuentes se percataron de que apenas había 150 pesos, todo empeoró.
-¡Decime dónde hay más plata!- se alteró el mayor.
- No hay más-respondió la mujer.
- ¿Cómo que no hay más? - insistió.
- Habla mucho y no dice nada, pongámosle algo en la boca para que se calle- sugirió superado por la situación el delincuente menor de edad. Y eso hizo: primero intentó con un cinto. No pudo. No obstante, siguió con su cometido. Agarró una musculosa blanca, la cortó, puso un bollo en la boca de Cóceres y encerró en el baño a la madre con su hijo que no dejaba de llorar.
Algunos minutos más tarde, intrigada en saber si los ladrones se habían ido, la mujer asomó la cabeza, pero fue para peor. Los púber delincuentes no tenían pensado irse tan rápido. Al verla con media cabeza fuera del baño, le ataron los pies con un cinturón de cuero marrón, en represalia.
Con las víctimas mañatadas los jóvenes comenzaron a desvalijar la casa. Llenaron un bolso Rip Curl negro que encontraron en la habitación con todo tipo de objetos: un DVD, una filmadora, alhajas, celulares, una remera de Tigre, un termómetro digital y cochecitos de juguete. Con el bolso y una bolsa de consorcio cargados a sus espaldas, los dos jóvenes dejaron la casa, tras treinta minutos de "visita".
Al escuchar el ruido de las puertas que se abrían y se cerraban, ese mismo sonido que no pudo oír media hora atrás, Cóceres se desató y acudió a los vecinos en busca de ayuda.
Los “pibes chorros” dejaron la casa algo nerviosos y se lanzaron a caminar por el centro de San Fernando arrastrando los bolsos. Perseguidos y temerosos, a cada instante giraban sus cabezas mirando hacia atrás, intentando percibir si alguien los seguía.
No faltó mucho más tiempo para que los atrapen.
Un vecino los vio en una actitud sospechosa, le avisó a un móvil que circulaba por el barrio. El celular los siguió dos cuadras, los interceptó y al ver la cantidad de objetos que llevaban encima, los trasladó a la Seccional Primera.
De esta manera terminó la aventura de dos jóvenes desamparados por el sistema, que vinieron desde La Matanza para haceerse el mes, y el sufrimiento de una mujer y su hijo que los padecieron.

Criminal por accidente

— La verdad es que no te entiendo, esa necesidad de tener todo planificado y calculado...
— No lo puedo evitar, ya lo sabés, me conocés. Los contadores somos así: anticipo y tengo previsto exactamente qué hacer en cada situación. Por ejemplo, uno sería un idiota si en una ciudad como Buenos Aires no pensara que alguien lo va a afanar. Por eso, cuando bajé de la Panamericana el otro día y el chorro me clavó el fierro en la ventanilla del auto, actué de acuerdo a lo que había planeado. Lo tenía todo pensado.
— Es una taradez lo que decís. Fue intuición.
— No. Capacidad de análisis y plan previo. Yo pensaba, entonces, que en el caso de que alguien me increpe de esa manera y trate de abrir la puerta del auto para secuestrarme, robarme o lo que sea, yo tendría tiempo para arrancar el auto e irme. Y es lo que hice. Todo es premeditación, nada queda liberado al destino. Así somos los contadores, por algo elegimos esta profesión que nos exige pensar en situaciones y consecuencias probables todo el tiempo.
— Decís eso porque te salió bien. Pero si te hubieran pegado un tiro y asesinado, hoy no estarías acá diciéndome esto.
— Pavadas. No te digo que soy inmune, pero tengo el don de la anticipación y, además, te digo que... ¿que fue eso?
— No sé.
— Pisamos a alguien.
— Sería un perro o una liebre.
— Dejate de joder. Es una persona. Salpicó sangre. Pará el auto.
— Los animales también tienen sangre, no seas pelotudo y sigamos la ruta que sino no llegamos nunca a Rosario y es tarde. Es un animalito, ya está, no te pongas así.
— Te digo que es una persona, pará el auto y fijémosnos si está viva.
— ¿Vos que querés, boludo? ¿Qué vayamos en cana de por vida por llevarnos puesto a un tarado que estaba paseando en medio de la ruta en plena madrugada?
— Escuchame, vamos a volver y a fijarnos cómo está, a llevarlo a un hospital. Y después vamos a la policía.
— ¿Estás loco? No pienso parar, ni mirar al fiambre, ni entregarme. Claro, vos zafás porque total no manejabas. Pero, ¿quién fue el que me estaba distrayendo? Si caigo en esta, no caigo solo.

Después de una larga discusión, Carlos convenció a Ramiro de ir a inspeccionar qué había sucedido. Contradiciendo sus propias convicciones, se sorprendieron al descubrir que lo que estaba despedazado en la ruta era un cuerpo humano. Un cadáver, mejor dicho.

— La puta madre. Rajemos. Mañana nos vamos a cagar de risa cuando nos acordemos de esto.
— No lo creo. Tenemos que ir a la comisaría y avisarles. Si no vamos, es abandono de cuerpo y nos pueden dar más años. A la larga o a la corta, todo se descubre, mejor si confesamos. Las mentiras tienen patas cortas.
— No seas cagón. Cuántos violadores, chorros, narcos andan sueltos y nadie los agarra.
— Pero nosotros somos unos pichis y nos van a cazar. Dale.

Después de muchas idas y venidas, Carlos volvió a persuadir a su amigo. Sólo que en esta ocasión sus argumentos de contador experto ya no le eran útiles: lo hecho, hecho estaba.

— Ya está. Llegamos.
— ¿Tendríamos que haberlo traído con nosotros?
— No, hicimos bien en dejarlo ahí.
— ¿Y si alguien lo vuelve a pisar?
— Callate, que más puede pasar, si ya esta muerto. De última, alguien más piensa que lo mató y nos sacamos un peso de encima.
— ¿Qué le vas a decir al cana?
— La verdad, obvio.

Claro que, la verdad no es una sola. Carlos tenía su verdad: estaba de yéndose de vacaciones con su amigo de toda la vida, por la provincia de Santa Fe dónde siempre solían ir cuando, de repente, escucha un ruido y se da cuenta de que su compañero atropelló a alguien. Siempre es más fácil echarle la culpa al otro. Carlos, como siempre, tenía todo planeado. Pero Ramiro no sabía que iba a hacer ni decir. No paraba de temblar, las manos le transpiraban. Sabía que Carlos lo iba a delatar. Como siempre hizo, como cuando le tiraba onda a las chicas que a él le gustaban y se las robaba antes o cuando le dijo a la ex mujer de Ramiro que él la engañaba. Esta vez no iba a ser diferente.

— Los dos, al calabozo. ¿Cómo pudieron dejar al pobre muerto ahí tirado?
— ¿Y qué podíamos hacer? ¿Querías que lo traigamos a la comisaría, como evidencia? Vayan a buscarlo ustedes, es lo que corresponde.
— Yo sé muy bien lo que me corresponde. No necesito que nadie me lo diga. Usted ocúpese de hacer lo que le corresponda a usted. Además, yo a usted nunca lo tuteé y no sé por qué se tomó el atrevimiento. A las personas mayores no las tuteo. Y si me toman el brazo, después son los hombros y no dejo que nadie gane mi confianza. Al calabozo.
— ¿Cómo? ¿Nos van a poner con los delincuentes?
— Van a pasar la noche ahí. Yo no soy el comisario y hoy es sábado, así que hasta el lunes van a tener que esperar que él venga y decida que hacer con ustedes. Manga de asesinos.
— ¿Cómo hasta el lunes? Me van a matar en el laburo si no voy a trabajar...
— Acá no hay lugar para llorones. Las cosas son así. Al calabozo.

Antes de llevarlos, un policía jovencito y flacucho los esposó y les sacó fotos, de frente y de costado, cargando una pizarra con unas cifras.
Los dos días en la cárcel fueron toda una novedad, aunque lo más dificultoso de superar fue la primera noche. El primer problema, el baño. Lo tendrían que compartir con otros reclusos y, aunque no les agradaba ser vistos, la necesidad fisiológica impera. Era un lugar tranquilo, los presos estaban ahí por condenas menores: robar en la tienda del pueblo, golpear a alguna mujer, todas pavadas para Carlos. Sin embargo, no podía evitar sentir una mirada indagadora por parte de los otros.

— No se te ocurra alejarte.
— Quedate tranquilo, acá estoy.

El hambre no se hizo esperar, pero había que contentarse con un poco de pan y agua mientras los policías se agasajaban con pizza y cerveza. Carlos se acordaba de lo que había estudiado, hace mucho, en la universidad pública y esos conceptos que en ese momento le parecían tan abstractos ahora se le volvían claros: monopolio de la violencia pública, coacción, fuerza de seguridad, sojuzamiento, marginalidad, desigualdad... todo le parecía tan obvio y nunca se había sentido tan chiquito. Siempre había tomado sus propias decisiones y no le agradaba que otros las tomaran por él.

— Hora de levantarse.
— ¿Tan temprano? ¿Para qué?
— Tienen que limpiar todo.

Lo peor que le podía pasar en la vida era tener que limpiar los baños. Y fue eso lo que le tocó. No era sólo el asco, sino que además en su visión la limpieza era una actividad degradante, para personas de una escala social inferior. Era más su sensación de humillación lo que le molestaba que el simple hecho de higienizar el lugar.
Fue el fin de semana más largo de sus vidas. Si los condenaban, ¿Cuánto tiempo más estarían adentro? ¿Cuántos meses tachando en un almanaque imaginario? Mientras su cabeza se volcaba más a esas percepciones insólitas, la ansiedad de saber qué sucedería luego penetraba sus asociaciones de un modo abrupto. ¿Voy a volver a ver a mi familia? ¿Qué van a pensar de mí los otros? No, la cárcel no me rehabilitaría, me volvería peor.
El lunes llegó. Y con la nueva semana llegó el comisario.

— Ustedes dos.
— ¿Qué pasa?
— Vienen conmigo. Ya mismo.
— ¿Qué nos van a hacer?
— Chito la boca y acompáñenme que los quiere ver el comisario. Parece que es grave, se me hace que van a tener que acostumbrarse a estar acá adentro. Pasen.
— ¿Comisario?
— Quién les habla. Están libres, señores.
— ¿Cómo?
— Lo que les dije. La autopsia nos informó que este tipo estaba hace una semana muerto, disculpen las molestias ocasionadas. Pueden irse.
— ¿Perdón? ¿No nos va a explicar que pasó?
— ¿Ustedes son de Buenos Aires, verdad?
— Sí.
— Bueno, acá en estos pueblitos es costumbre salir a pasear por la noche, tomar unos tragos… algunos se pasan de rosca y terminan borrachos, cuando buscan su casa no la encuentran, dan vueltas, algunos vuelven al bar que está cerca de la ruta y siguen chupando, y otros se cansan y se tiran a dormir al costado de la ruta. Claro que, de tan en pedo que están los más vivos se quedan campo adentro pero otros, como este fiambre que denunciaron ustedes, son medio pánfilos y palman en la banquina. Alguien lo atropelló antes que ustedes.
— Que alivio. ¿Entonces no tenemos nada que ver? ¿Nos podemos ir?
— Si, tienen que llenar unos papeles antes.
— ¿El que lo atropelló se dio a la fuga?
— Así hacen siempre los conductores. Ustedes dos fueron la excepción. Lo típico es matar e irse, no dar la cara, lavarse las manos y tratar de hacer como si nada hubiese sucedido.

Según el Instituto de Seguridad y Educación Vial (ISEV), en Argentina el año pasado se informaron más de 2.543 casos de personas atropelladas, que representan el 25 % del total de los accidentes viales. No obstante, merecería un debate si se trata de accidentes o crimenes. En la mayoría de estos casos en que seres humanos resultan víctimas tras haber sido arrasadas por un vehículo, los conductores se dan a la fuga.
A la hora de otorgar responsabilidades, una inmensa cantidad de infractores quedan impunes por haberse escapado del sitio del hecho en cuestión.
Por otra parte, la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires admitió que es posible que la justicia penal retenga presos por ser presuntos sospechosos de algún crimen y que después se comprueba que no estaban vinculados.
De acuerdo con las estadísticas de la Procuración General provincial, tres de cada diez presos son liberados luego de probarse su inocencia. En el ínterin, pueden pasar encarcelados de tres a cuatro años hasta que se investigue su caso y se sepa la verdad. Para Carlos y Ramiro duró sólo un fin de semana.

Contra la corriente

"Caso cerrado", dijeron los camaristas de la Sala nº 4 de La Matanza. El 6 de diciembre de 2005, luego de un juicio que duró nueve días, concluía la causa Diego Lucena. Los padres decidieron retirarse de las audiencias al segundo día. No estaban conformes ni con la investigación, ni con el juicio. Aún hoy, insisten que todo estuvo armado y apuntan contra la Policía. Por eso, el caso de su hijo tiene un desprendimiento por falso testimonio y falsedad ideológica contra once policías y catorce testigos.
Roberto Lucena fundó una asociación civil que lleva el nombre de su hijo asesinado. Trabajan con casi cincuenta familias con casos impunes. Uno de ellos, insisten, es el de Diego. Por eso realizaron esta denuncia a fines del 2007, cuyo expediente está a cargo de la dra. Celia Cejas, de la Fiscalía nº 1 de La Matanza. Su versión es que a Diego lo atrapan dos patrulleros y luego lo abandonan, fallecido, a dos cuadras del boliche. Eso es lo que dijo ver Martín Brítez, testigo aportado por la familia al juicio, que luego terminó procesado. "Además, nosotros hablamos con los vecinos", dicen. Por esta nueva causa, están involucrados oficiales de la comisaría 21ª de La Matanza y de la DDI del mismo partido. "Pero la causa y el juicio estuvieron armados", reclama a los cuatro vientos Roberto.
El joven apareció muerto en la madrugada del 20 de junio de 2004, boca abajo y con el brazo izquierdo torcido en la espalda. Había sido asfixiado. Tenía 22 años cuando, en su última noche con vida, salió al boliche Invasión Tropical, en Ruta 3 7700, Isidro Casanova. En la madrugada, habría sido expulsado por los patovicas. Lo que sigue después es la cuestión. Según el fiscal que investigó, Gustavo Banco, y avalado por el juicio, Lucena murió tras una pelea con un grupo de jóvenes a la salida. Le robaron las zapatillas y la billetera. Durante la investigación surgió un testigo protegido y la confesión de Carlos Alkhanián, que inclinaron la balanza hacia la hipótesis de la pelea callejera. Alkhanián dijo haber golpeado, junto a Peque Brito y Walter Saldías, a Diego Lucena, pero que no fue él quién lo remató. Para la Fiscalía esto fue suficiente.
El Tribunal condenó a Aikhanián, Brito y Saldías por "muerte en riña", un delito por el que les dieron tres años y medio de prisión, al no poder determinar quién de ellos ejecutó a Diego. Hoy están libres. Martín Brítez recibió tres años y dos meses por falso testimonio y encubrimiento. Sin embargo, la familia dice que no encontró justicia. Jura y rejura que todo estuvo armado para encubrir responsabilidad policial.

Una muerte en caída libre

El sol comenzaba a asomarse a través del esqueleto de un edificio en construcción. Los obreros rosarinos sabían que se venía un día agitado. A las 10 de la mañana iba a llegar el camión de hormigón y todo tenía que estar a punto.
El encofrado estaba casi listo. Jorge Madero, un ayudante de carpintería de 20 años, se encontraba en el último piso terminando de acomodar las maderas que funcionarían de molde para el hormigón. Uno de los capataces dio la orden: “terminen de mojar el encofrado de una vez”. El molde de madera debía estar húmedo para que no absorbiera el agua del material. En eso estaban los obreros cuando llegó el camión y se estacionó en la entrada. El concreto en estado líquido giraba dentro del tambor.
La tarea del hormigonado no es nada fácil. Una manguera gigante transporta el cemento hasta el último piso del andamio y lo vuelca adentro del encofrado. No puede haber errores. Si una burbuja de aire queda en el interior de la columna se tiene que picar el bloque ya fraguado y empezar con el encofrado una vez más, de cero. Los operarios controlan este detalle con especial atención.
“Pongan a vibrar el hormigón de esa columna antes de que empiece a fraguar”, escucharon los trabajadores. El capataz de la obra parecía más nervioso de lo normal. El trabajo debía terminarse ese mismo día. Concentración. No había tiempo que perder, la mezcla ya estaba preparada. Una vez endurecido, el cemento ya no sirve. Los obreros no dejaron de trabajar ni por un segundo. No debían distraerse.
En el hueco de una de las barreras de seguridad del edificio en construcción, un cuerpo yacía inerte.
Madero falleció el 6 de junio de 2005. El joven carpintero cayó catorce pisos por el hueco de una de las barreras de seguridad del edificio situado en Belgrano al 900. El 10 de septiembre de 2008 la Justicia de Rosario procesó al ingeniero Ricardo Allely y los capataces Marcelo Lenz y Raúl Roldán como presuntos autores del delito de homicidio culposo, según informaron fuentes judiciales.
El muchacho cayó por el hueco de una de las barreras de seguridad. Golpeó contra un puente de madera ubicado en la planta baja del edificio. Luego de ocurrido el hecho, los compañeros denunciaron que los responsables de la obra habrían ordenado que continuaran trabajando hasta que se terminara el hormigón preparado, mientras el cuerpo de Madero permanecía tirado en la calle. La Justicia habría establecido que el operario no tenía colocados los arneses ni el casco reglamentarios y que no estaba inscripto en la Aseguradora de Riesgos del Trabajo (ART).
Horacio Benvenuto, juez Correccional de la 3ª Nominación de los Tribunales provinciales de la ciudad de Rosario, está a cargo del procesamiento que ya fue apelado por el ingeniero y los dos capataces acusados. Además de la causa penal, la madre del joven inició una demanda civil contra la empresa responsable de la obra, Capobianco SA. Una muerte en caída libre queda en manos de la justicia.
Telam

Hijos del encierro

Según un informe realizado por la Asociación por los Derechos Civiles (ADC) y publicado en el mes de septiembre, en Argentina son más de 160 los niños menores de cuatro años que viven con sus madres presas en las cárceles. Por ello, sufren perjuicios en la salud y en el ámbito educativo.
Los chicos que viven encerrados en prisión son, en su mayoría, hijos de mujeres cuya culpabilidad aún no ha sido probada. Según el informe de la ADC, entre los niños que son criados en las cárceles de la Ciudad de Buenos Aires, seis de cada diez son hijos de mujeres que aún no tienen condena, y, de los que viven en prisiones bonaerenses, nueve de cada diez están en la misma situación.
Otro dato que se revela en el informe es que del total de las mujeres presas, el 72% se encuentra cumpliendo una prisión preventiva, y sólo el 17% sufrieron alguna condena. “Nuestro objetivo fue mostrar a las autoridades y a la población en general la problemática a la que se enfrentan las mujeres que viven en la cárcel con sus chicos y, particularmente, la situación en que se encuentran sus hijos. Pretendemos que ese análisis sirva para mejorar las condiciones educativas de los chicos” asegura Micaela Finoli, del área de Educación de la ADC.
Respecto de la situación de las mujeres presas embarazadas, Finoli afirma: “Al visitar las cárceles observamos que estas mujeres no están debidamente atendidas, no reciben todos los tratamientos médicos de rutina que un embarazo requiere, así como tampoco se les brinda una alimentación adecuada ni la contención psicológica debida”.
Pero quienes sufren en mayor medida son los menores que se crían en un ambiente de encierro y aislamiento. “Observamos problemas en la alimentación y la salud de los chicos. En lo que respecta a la educación, los niños deberían tener asegurado poder ir todos los días a clases, contar con material didáctico, un transporte diario a la escuela y que los docentes estén capacitados para atender a estos menores que, claramente, no están en la misma situación que los niños y niñas que no viven en el encierro” describe la abogada.
Por otra parte, esos chicos que se crían encerrados se ven afectados desde el punto de vista afectivo. “Para ellos tampoco hay libertad. Al encontrarse privados del padre y de la familia, hay un sustituto que no está presente. Por más de que tengan o no lugares de dispersión, la sensación es de falta, de ausencia” afirma María Logióvine, licenciada en Psicología.Las carencias a nivel material, educativo y familiar pueden traer, además, consecuencias para el futuro de los niños. Al respecto, sentencia Logióvine: “Los afecta seriamente el hecho de ver que la madre sufre y está pagando una culpa. Esto, por supuesto, trae a futuro una marca traumática para el niño”.

jueves, 18 de septiembre de 2008

Primer post

Este es el primer post de Crímenes Urbanos, el nuevo blog de crónicas policiales de Capital Federal y Gran Buenos Aires. Cada quince días encontrarán crónicas, entrevistas, noticias y todo tipo de investigaciones sobre el crimen en los peligrosos barrios de BA. Los próximos posteos serán el jueves 25 de septiembre. Bienvenidos, y tengan cuidado.