Silvana Cóceres (26) jugaba con su hijo Joaquín de apenas un año. Era el mediodía del miércoles 17 de septiembre cuando limpiaba las ventanas, de espalda a la puerta de entrada de su casa, en San Fernando. Estaba muy concentrada en su quehacer, procurando quitarle todas las manchas a los vidrios, cuando de repente sintió una mano fría que le tapó la boca. “Agachate y agarra al bebé. Hace que se calle”, le ordenó el joven de 21 años que tenía a sus espaldas. “¿Dónde está la plata?”, la increpó. El joven ladronzuelo, rapado a cada lado de su cabeza, con una cresta y claritos en el pelo, no estaba solo: lo acompañaba otro adolescente de 16 años. Los dos habían cruzado todo el conurbano bonaerense para llevar adelante su “trabajo”. Venían desde La Matanza.
Silvana tomó a su hijo que no paraba de llorar y les dijo que el dinero estaba en su habitación. El mayor de los delincuentes, que era quien llevaba las riendas del atraco, la tomó del brazo, la llevó a la pieza y la sentó en la cama. Cóceres les dijo que el dinero estaba en el segundo cajón del armario, les pidió que lo tomen y se vayan. Pero cuando los delincuentes se percataron de que apenas había 150 pesos, todo empeoró.
-¡Decime dónde hay más plata!- se alteró el mayor.
- No hay más-respondió la mujer.
- ¿Cómo que no hay más? - insistió.
- Habla mucho y no dice nada, pongámosle algo en la boca para que se calle- sugirió superado por la situación el delincuente menor de edad. Y eso hizo: primero intentó con un cinto. No pudo. No obstante, siguió con su cometido. Agarró una musculosa blanca, la cortó, puso un bollo en la boca de Cóceres y encerró en el baño a la madre con su hijo que no dejaba de llorar.
Algunos minutos más tarde, intrigada en saber si los ladrones se habían ido, la mujer asomó la cabeza, pero fue para peor. Los púber delincuentes no tenían pensado irse tan rápido. Al verla con media cabeza fuera del baño, le ataron los pies con un cinturón de cuero marrón, en represalia.
Con las víctimas mañatadas los jóvenes comenzaron a desvalijar la casa. Llenaron un bolso Rip Curl negro que encontraron en la habitación con todo tipo de objetos: un DVD, una filmadora, alhajas, celulares, una remera de Tigre, un termómetro digital y cochecitos de juguete. Con el bolso y una bolsa de consorcio cargados a sus espaldas, los dos jóvenes dejaron la casa, tras treinta minutos de "visita".
Al escuchar el ruido de las puertas que se abrían y se cerraban, ese mismo sonido que no pudo oír media hora atrás, Cóceres se desató y acudió a los vecinos en busca de ayuda.
Los “pibes chorros” dejaron la casa algo nerviosos y se lanzaron a caminar por el centro de San Fernando arrastrando los bolsos. Perseguidos y temerosos, a cada instante giraban sus cabezas mirando hacia atrás, intentando percibir si alguien los seguía.
No faltó mucho más tiempo para que los atrapen.
Un vecino los vio en una actitud sospechosa, le avisó a un móvil que circulaba por el barrio. El celular los siguió dos cuadras, los interceptó y al ver la cantidad de objetos que llevaban encima, los trasladó a la Seccional Primera.
De esta manera terminó la aventura de dos jóvenes desamparados por el sistema, que vinieron desde La Matanza para haceerse el mes, y el sufrimiento de una mujer y su hijo que los padecieron.
Silvana tomó a su hijo que no paraba de llorar y les dijo que el dinero estaba en su habitación. El mayor de los delincuentes, que era quien llevaba las riendas del atraco, la tomó del brazo, la llevó a la pieza y la sentó en la cama. Cóceres les dijo que el dinero estaba en el segundo cajón del armario, les pidió que lo tomen y se vayan. Pero cuando los delincuentes se percataron de que apenas había 150 pesos, todo empeoró.
-¡Decime dónde hay más plata!- se alteró el mayor.
- No hay más-respondió la mujer.
- ¿Cómo que no hay más? - insistió.
- Habla mucho y no dice nada, pongámosle algo en la boca para que se calle- sugirió superado por la situación el delincuente menor de edad. Y eso hizo: primero intentó con un cinto. No pudo. No obstante, siguió con su cometido. Agarró una musculosa blanca, la cortó, puso un bollo en la boca de Cóceres y encerró en el baño a la madre con su hijo que no dejaba de llorar.
Algunos minutos más tarde, intrigada en saber si los ladrones se habían ido, la mujer asomó la cabeza, pero fue para peor. Los púber delincuentes no tenían pensado irse tan rápido. Al verla con media cabeza fuera del baño, le ataron los pies con un cinturón de cuero marrón, en represalia.
Con las víctimas mañatadas los jóvenes comenzaron a desvalijar la casa. Llenaron un bolso Rip Curl negro que encontraron en la habitación con todo tipo de objetos: un DVD, una filmadora, alhajas, celulares, una remera de Tigre, un termómetro digital y cochecitos de juguete. Con el bolso y una bolsa de consorcio cargados a sus espaldas, los dos jóvenes dejaron la casa, tras treinta minutos de "visita".
Al escuchar el ruido de las puertas que se abrían y se cerraban, ese mismo sonido que no pudo oír media hora atrás, Cóceres se desató y acudió a los vecinos en busca de ayuda.
Los “pibes chorros” dejaron la casa algo nerviosos y se lanzaron a caminar por el centro de San Fernando arrastrando los bolsos. Perseguidos y temerosos, a cada instante giraban sus cabezas mirando hacia atrás, intentando percibir si alguien los seguía.
No faltó mucho más tiempo para que los atrapen.
Un vecino los vio en una actitud sospechosa, le avisó a un móvil que circulaba por el barrio. El celular los siguió dos cuadras, los interceptó y al ver la cantidad de objetos que llevaban encima, los trasladó a la Seccional Primera.
De esta manera terminó la aventura de dos jóvenes desamparados por el sistema, que vinieron desde La Matanza para haceerse el mes, y el sufrimiento de una mujer y su hijo que los padecieron.
1 comentario:
Exelente idea muchachos!
Éxitos!
Son bienvenidos en:
http://searmolagorda.blogspot.com/
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