martes, 7 de octubre de 2008

"DISCULPAME PERO TE TENGO QUE ROBAR"

Raúl Torres conducía su taxi como todas las noches de los últimos años y con la misma estrategia: antes de entregarse a un pasajero lo analizaba de arriba a abajo; en pocos segundos decidía si lo levantaba o no. No era para menos, en el 2007 había tenido una muy mala experiencia. Pero la primera noche de octubre su método falló. Torres comenzó el mes con el pie izquierdo y un revolver en la nuca.
El miércoles 1 llegaba a su fin. Torres manejaba por la avenida Luis María Campos, en Belgrano, cuando un hombre de 40 años le hizo señales para que pare. Al verlo bien vestido, con un saco, Torres no dudó y encendió la balizas. El individuo se subió muy tranquilo y le explicó que se dirigía a la avenida Cabildo. Sin problemas, Torres bajó por Virrey del Pino, bordeó las vías del tren – cerca de la estación Belgrano- y subió en la primera calle que pudo, bordeando la plaza. No hizo más que una cuadra cuando escuchó que el pasajero en un tono tranquilo le dijo, como quien no quiere la cosa: “Disculpame pero te tengo que robar.” Cuando Torres quiso reaccionar se percató que tenía el caño frío del revólver en la nuca.
“Dame toda la plata y las llaves del auto”, lo obligó el ladrón.
Torres siguió cada uno de los pasos. Primero le dio los 200 pesos que tenía encima y luego las llaves.
El malhechor se hizo con el dinero, bajó del auto, revoleó las llaves para que el taxista no lo siguiera y se fue caminando, como si volviera a casa después de cumplir un mandado.
Fue en ese preciso instante cuando Torres pensó en recuperar lo suyo. Agarró el traba volante de hierro y cuando atinó a bajar y correr al delincuente, se le cruzó la imagen de su mujer esperándolo para cenar en casa. No valía la pena jugarse la vida por 200 pesos. Resignado se puso a husmear entre el empedrado, a ver dónde habían caído las llaves.
“Lo peor de estas cosas es que uno tiene que estar agradecido porque no pasó a mayores y porque no perdí el auto”, le afirmó a este cronista. Y luego soltó: “No es la primera vez que me afanan. Si los taxistas estamos ‘entregados’.”
Justamente, su bautismo de fuego contra el delito lo vivió un año atrás.
En aquella ocasión, una pareja se subió al taxi y le pidió ir a Balbín y General Paz. Pero en el recorrido tuvo una parada imprevista. Paradojas del destino, un control policial lo detuvo antes de cruzar la autopista que divide la Capital Federal de la Provincia. Su vida estaba en peligro aunque él no lo supiera. Mientras el oficial controlaba la documentación del taxista, la pareja se besaba apasionadamente. Lo cierto es que el oficial no indagó a los supuestos amantes que viajaban en el asiento trasero sino se hubiese percatado que eran dos ladrones armados. No faltó mucho más para que el taxista se diera cuenta de ello.
A cinco cuadras de Balbín y General Paz, la pareja le pidió a Torres que se detenga. Cuando se dio vuelta una pistola lo apuntaba.“Dame toda la guita”, le gritaba la mujer mientras lo cacheteaba.
-“¿Qué haces la puta que te parió?”, se enfureció el taxista.
-“Dale, sacate la guita que tenés en las medias”, siguió la mujer sin desistir con sus golpes.
-“No tengo nada en las medias.”
Tras un par de cachetazos más, los delincuentes agarraron las llaves del auto, le ordenaron al taxista a que se bajara y tras pensarlo unos segundos, descendieron también.
“Cuando salieron del taxi me vieron las zapatillas nuevas. Me las había regalado mi hija el día anterior. Y me las hicieron sacar”, se lamenta Torres.
Con calzado nuevo, un celular, 100 pesos y las llaves del auto, la pareja delincuente partió hacia un nuevo objetivo y dejó a Torres varado y descalzo. Recién cuando se cruzó a un colega pudo salir de donde estaba.
Dos horas más tarde, volvió al puesto policial para recriminarle al oficial que lo había parado por qué no había registado a sus pasajeros. De nada sirvió.
Un año más tarde, Torres volvió a sufrir la desagradable experiencia de ser asaltado. Y como muchos colegas, no realizó la denuncia. Lo que sucede, explican en el sindicato de peones de taxi, es que si se acude a la policía, el auto permanece inactivo por 10 o 15 días y el daño para el chofer es aun peor. Esta es una de las razones por las cuales no hay estadísticas precisas sobre el robo a taxistas.

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